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 | Por El Dr. Mike Martocchio

Parte II: La entrega de Cristo y la comida sacrificial

“Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes”.

En nuestro número anterior, hablamos sobre la Eucaristía como un sacrificio que nos hace presente el Misterio Pascual: la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo. Retomamos este pensamiento al reflexionar sobre cómo se nos presenta este sacrificio: como una comida.

La celebración tradicional de la Pascua, tal como se celebraba en los tiempos de Jesús, constaba de dos partes: el sacrificio del cordero en el Templo, el Día de Preparación, y la comida en la que se comía el cordero en el hogar. En la Última Cena, Cristo combina estos dos momentos.

Al hacer la ofrenda de sí en el contexto de una comida, Jesús nos trae su sacrificio a casa.

Debido a esto, su sacrificio se experimenta también como una invitación a unirse a él en la mesa. Al fin y al cabo, el sentido de la Eucaristía es el acceso generoso a Cristo, quien viene a nosotros en forma de pan y vino, de comida y bebida, algo fácil y natural de recibir.

La lógica que subyace a los sacramentos es la misma que subyace a la Encarnación: el amor de Dios es tan grande y generoso que se hace presente y se pone a nuestra disposición para que nosotros, a su vez, nos dejemos llevar hacia el Misterio Pascual, al que ya nos hemos unido en el Bautismo. Es el mensaje central del Evangelio: Dios nos ama y quiere una relación íntima con nosotros, por lo que se hace accesible a nosotros de manera excesiva, incluso escandalosa.

Anteriormente reflexionamos sobre Cristo como el sacrificio perfecto, lo mejor que podemos ofrecer y devolver a Dios. Es conveniente que este sacrificio se nos presente como una comida ya que estamos invitados a participar en esta acción salvadora.

Lo hacemos sobre todo como receptores de su entrega de sí mismo, el don de su presencia. Al igual que en la celebración de la Pascua en el judaísmo, incluso hoy, quienes celebran la comida tradicional se identifican con sus antepasados liberados de la esclavitud en Egipto. En la Eucaristía también nosotros nos identificamos con la Iglesia de todos los tiempos y lugares. La acción salvadora de Cristo nos libera, en tiempo presente. Cuando hablamos de la Presencia Real, estamos hablando del carácter físico del sacramento, pero también estamos hablando de la temporalidad: La acción salvadora de Cristo en el Misterio Pascual se nos hace presente aquí y ahora. La salvación no es algo que sólo ocurrió en el pasado, aunque los acontecimientos salvadores del pasado son importantes. La salvación tampoco es algo que simplemente se resolverá en el futuro, aunque la finalización de la historia de la salvación aún esté por llegar. La salvación está ocurriendo ahora. La Eucaristía nos lo recuerda y también nos sitúa en medio del acto salvador perfecto de Cristo.

Además, la invitación a la mesa del Señor nos obliga a dar una respuesta a la donación de sí de Cristo. La finalidad del sacrificio no es el derramamiento de sangre, sino la profundidad del don. Ser un pueblo eucarístico significa recibir con gratitud su don, y ser transformados por el don e imitarlo. La entrega total de Cristo es el modelo de la verdadera humanidad. La Eucaristía, entonces, es tanto nuestro alimento como el ejemplo que estamos llamados a imitar.

Como Cristo se entregó completamente por nosotros en la Encarnación y en el Misterio Pascual, hecho presente en la Eucaristía, sólo encontramos nuestra plenitud como seres humanos si nos convertimos a su vez en dones.

En la Eucaristía se nos invita a un encuentro íntimo con Cristo, que nos ayuda a comprender y a vivir lo que realmente somos. La invitación a la mesa es también el llamado a salir y convertirse en dones para nuestro Señor y para el mundo, y en el proceso, invitar a otros a la mesa.


Por El Dr. Mike Martocchio

Esta es la segunda parte de su serie sobre la Presencia Real. Visita charlestondiocese.org/eucharistic-revival.