Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En esta edición de The Catholic Miscellany nos centraremos en la educación, ya que este mes planeamos la vuelta a la escuela de nuestros alumnos. Hay historias sobre ayudar a las mujeres necesitadas, continuar enfocándose en el regalo más grande que tenemos, la Eucaristía, y también preparar a nuestros hijos para la educación superior. Dentro de esto, me gustaría que tomemos un momento para pensar sobre el papel de la educación en nuestras vocaciones como católicos.
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En esta edición de The Catholic Miscellany nos centraremos en la educación, ya que este mes planeamos la vuelta a la escuela de nuestros alumnos. Hay historias sobre ayudar a las mujeres necesitadas, continuar enfocándose en el regalo más grande que tenemos, la Eucaristía, y también preparar a nuestros hijos para la educación superior. Dentro de esto, me gustaría que tomemos un momento para pensar sobre el papel de la educación en nuestras vocaciones como católicos.
Nosotros, como hijos de Dios, nos sentimos naturalmente atraídos por nuestro creador. Dios nos dio un intelecto para conocerlo, y crecemos en este conocimiento a través de la razón y la revelación. En otras palabras, aprender es ser plenamente humano, y para glorificar a Dios, aprender es una necesidad.
El aprendizaje es esencial para una vida de oración completa, pues en la educación formal llegamos a comprender a aquel con quien nos comunicamos en la oración y el hermoso mundo que hizo para nosotros. En particular, aprendemos a orar a través de la lectura de la Escritura y de la vida de los santos.
Cada uno de nosotros está llamado a ser tanto alumno como maestro, y Cristo es el ejemplo perfecto de esta relación en nosotros.
En el Evangelio de Lucas, oímos que Jesús escuchó a los ancianos del templo y les hizo preguntas. También sabemos que vivió y aprendió el oficio de su padre terrenal, San José. Cristo nos enseña a acercarnos a la educación con curiosidad, confianza infantil y deseo de descubrir más sobre nuestro Padre del cielo.
A lo largo de su ministerio, Jesús tuvo como prioridad compartir sus conocimientos con los que le rodeaban. Sus discípulos le llamaban “maestro”, y con razón. Vino al mundo para redimirnos con su sangre y también para iluminar como el Verbo Encarnado.
La escuela es nuestro segundo hogar, donde comenzamos a aprender a vivir en una familia más grande. Oremos para que Dios bendiga a todos nuestros alumnos y profesores este año académico, por su seguridad y santidad, y para que el Espíritu Santo enciende en ellos el deseo del amor de Dios, la comprensión y la sabiduría.
En el amor de Cristo,
Excmo. Mons. Jacques Fabre-Jeune, CS
Obispo de Charleston