Vía Fidelis: El kerigma: Dios el Padre nos envía a su Hijo unigénito
Desde la vasta narrativa del amor divino, la respuesta sin precedentes de Dios a la fragilidad humana emerge como un momento profundo de extraordinaria gracia. El kerigma cristiano, o proclamación central del Evangelio, alcanza su punto culminante en la sorprendente revelación de que Dios el Padre no abandona a la humanidad en su pecado. En cambio, ofrece la redención a través de un acto íntimo y costoso: enviar a su Hijo unigénito para nuestra salvación.
Desde la vasta narrativa del amor divino, la respuesta sin precedentes de Dios a la fragilidad humana emerge como un momento profundo de extraordinaria gracia. El kerigma cristiano, o proclamación central del Evangelio, alcanza su punto culminante en la sorprendente revelación de que Dios el Padre no abandona a la humanidad en su pecado. En cambio, ofrece la redención a través de un acto íntimo y costoso: enviar a su Hijo unigénito para nuestra salvación.
En los últimos meses, en nuestro viaje de Vía Fidelis, hemos explorado el arco redentor de la humanidad, trazando cómo el amor divino persiste desde la creación pasando por nuestra caída y culminando en el acto supremo de salvación. Esto no es meramente un concepto teológico, sino una verdad transformadora bellamente capturada en el Evangelio de Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16 Nueva Biblia Americana - Edición Revisada).
Este conocido versículo de los Evangelios destaca que, a pesar del pecado humano, el plan de Dios para nosotros siempre fue mayor que cualquier plan que pudiéramos trazar por nuestra cuenta. Dios deseaba restaurarnos a la relación que teníamos antes de la caída y traernos a una relación especial y eterna con él. Esta es una intimidad a la que nunca podríamos acceder sin Cristo Jesús.
El misterio de que Dios el Padre nos envíe a su Hijo se conoce como la Encarnación, o cuando “la Palabra se hizo carne” (véase Jn 1,14). Hay muchos aspectos que podemos derivar de la Encarnación, pero en esta ocasión reflexionamos sobre cómo la Encarnación de Jesús como hombre es, en sí misma, una revelación. En Cristo, Dios asume la vida humana, habla el lenguaje humano, actúa de manera humana e incluso muere como los humanos. Al asumir nuestra humanidad, Cristo transforma la humanidad desde dentro.
Es importante enfatizar que Cristo mismo, y todo lo que hace, se considera la plenitud de la revelación. Por lo tanto, la revelación, en su sentido más pleno, no es un libro o un texto, sino una persona. Ese texto (la Escritura) nos proporciona el conocimiento de esa persona. Entonces, ¿qué se nos revela en la Encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Cristo?
Primero, Cristo nos revela a Dios. Llegamos a conocer al Señor como Dios Padre y como Dios Hijo, a quien el Padre envía. También llegamos a conocer al Espíritu Santo a través de la Encarnación y las acciones de Jesús, incluyendo el don del Espíritu Santo a su Iglesia. El evento Cristo -una frase utilizada para capturar la totalidad de esta entrada única de Dios en la historia humana- nos revela que Dios es trinitario. Las relaciones humanas y nuestro anhelo de pertenecer cobran mayor sentido al comprender que Dios es comunidad. Por esta razón, la salvación y la vida eterna se entienden mejor como una relación de comunión.
Esto nos lleva a otra característica divina que Jesús nos revela: la profundidad del amor de Dios. Ya encontramos su amor en el acto de la creación y en su disposición a permanecer en relación con la humanidad caída. Después, Jesús nos revela hasta qué punto se extiende la voluntad salvadora de Dios: Dios está dispuesto a entrar en nuestra realidad para transformarla. Como lo muestra su muerte en la cruz, Él abraza todo lo que nuestra realidad implica.
Jesús no solo nos revela a Dios, sino que, al asumir todo lo que significa ser humano (excepto el pecado), también nos revela lo que significa ser verdaderamente humano. La verdadera realización humana se logra únicamente a través del amor pleno y entregado que Cristo ejemplifica en la Encarnación, en la cruz y en cada acción que realiza durante su vida.
Las acciones de amor, sanación y bondad de Jesús son modelos para nosotros; sus enseñanzas representan la sabiduría que debe fundamentar nuestras vidas. Todo en la Encarnación es revelador. Dios, la voluntad salvadora de Dios y nuestra humanidad se encuentran y se transforman mientras Jesús redime a la humanidad a través de su muerte y resurrección.
Michael Martocchio, Ph.D., es el secretario de discipulado y director de la Oficina de Catequesis e Iniciación Cristiana. Envíele un correo electrónico a: mmartocchio@charlestondiocese.org.