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 | Por Dr. Michael Martocchio

Via Fidelis: Incluso hoy, la Iglesia es esencial para la Buena Nueva

El día que vimos salir el humo blanco desde el Vaticano, se sentía una emoción en el aire: y no solo entre los católicos. Todos corrieron a la pantalla más cercana para ver quién había sido elegido. Gracias a la amplia disponibilidad de dispositivos conectados a internet, pudimos unirnos virtualmente a la multitud que se congregaba en la Plaza de San Pedro. Pero, ¿qué fue lo que nos atrajo a todos allí? ¿Por qué millones de personas estaban pendientes de un balcón al otro lado del océano, observando una chimenea –y hasta unas gaviotas que se volvieron famosas– durante día y medio?

Cuando el Papa León XIV saludó, y fue saludado por, la ciudad de Roma y el mundo (Urbi et Orbi), la realidad viva y continua de la Iglesia quedó en plena evidencia. León es el papa número 267: una cifra asombrosa que marca una línea de sucesión que se remonta 2,000 años hasta San Pedro. Una de las funciones principales que desempeñó Pedro –y que sus sucesores siguen desempeñando–fue unir a la Iglesia y mantener esa unidad. Mientras el mundo esperaba con ansias al nuevo Santo Padre, quedó claro que el “oficio” del papado sí une.

En los últimos meses, hemos estado reflexionando sobre el kerygma, el anuncio fundamental de la Buena Nueva de la salvación en Cristo, y hemos destacado los elementos principales de ese mensaje. El mes pasado, hablamos del don del Espíritu Santo, el “don que sigue dando” en el sentido más profundo de esa expresión.

Una de las grandes obras del Espíritu Santo es la Iglesia. A veces, este aspecto de la Buena Nueva se deja de lado o se le da un lugar secundario, pero la Iglesia es una parte esencial del anuncio del Evangelio.

En nuestra sociedad actual, con frecuencia escuchamos cuestionamientos sobre la necesidad de la Iglesia. ¿Por qué es necesaria una comunidad de creyentes? ¿Acaso no podemos acercarnos a Dios individualmente? Estas preguntas se intensifican ante los escándalos que han afectado a la Esposa de Cristo. También, a veces, sentimos frustración por situaciones en la Iglesia que están fuera de nuestro control. Sin embargo, hay algo en la Iglesia que le ha permitido perdurar por dos mil años.

Cristo nos llama a cada uno a tener una relación profunda y personal con él, pero nunca estamos llamados a recorrer ese camino solos: necesitamos una comunidad de creyentes. Incluso si quisiéramos simplemente leer la sagrada Escritura para conocer a Dios, tendríamos que reconocer que los autores humanos del Nuevo Testamento fueron líderes de la Iglesia primitiva. La Biblia está hoy en nuestras manos porque comunidades de creyentes –con la cooperación e inspiración del Espíritu Santo– la escribieron, conservaron, tradujeron y difundieron.

Como seres humanos, no podemos realizarnos plenamente sin las comunidades que nos otorgan identidad, significado, propósito y orientación. Somos, por naturaleza, seres sociales. En este sentido, la Buena Nueva sobre la Iglesia refleja la misma Buena Nueva que vemos en la creación, la Encarnación y el misterio Pascual: Dios nos encuentra en nuestra necesidad.

Nuestro amoroso Creador nos conoce profundamente. Aunque el pecado nos separe de él, desea compartir con nosotros su amor divino. Dios Hijo asumió nuestra humanidad y la unió a su divinidad; murió por nosotros, pero no nos dejó en la muerte. Resucitó y nos ofrece una vida nueva que vence incluso la muerte.

Para continuar esta obra, el Padre y el Hijo nos enviaron al Espíritu Santo, que habita en nosotros y nos guía. El Espíritu Santo sigue uniendo y dando vida a la Iglesia, y es a través de la Iglesia que accedemos a la plenitud de la vida de Dios: la comunión con la Trinidad.

La Iglesia no es una realidad marginal ni secundaria, es el medio necesario por el cual podemos participar de la vida divina que se nos ha prometido. A pesar de las fallas de quienes la componen, la Iglesia continúa reflejando a Cristo en el mundo. La emoción palpable que se generó cuando León XIV salió al balcón es un ejemplo de esta presencia y verdad. La Iglesia es verdaderamente un don, y este don es una Buena Nueva que debe proclamarse.


Michael Martocchio, Ph.D., es secretario de discipulado y director de la Oficina de Catequesis e Iniciación Cristiana. Puede escribirle a mmartocchio@charlestondiocese.org.