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 | Por Dr. Mike Martocchio

Presencia Real Parte 10: La Eucaristía María y el corazón de la devoción

En nuestra vida devocional como católicos, mayo se identifica como uno de los meses dedicados a María. Este año, mientras seguimos caminando por el proceso del Avivamiento Eucarístico, es un momento oportuno y apropiado para hablar de la conexión entre nuestra devoción mariana y la eucarística. En muchos sentidos, ambas están íntimamente —si no inseparablemente— relacionadas.

Hay varios puntos sobre los que reflexionar, pero vamos a limitar el enfoque. Concretamente, destacaremos cómo estas formas de devoción fluyen directamente del kerygma (que significa “proclamación” en griego), la proclamación básica de la Buena Nueva de la salvación que se nos ofrece en Cristo Jesús.

El kerygma representa la esencia del cristianismo. Es la Buena Nueva que todos estamos llamados a compartir. Esta proclamación nos recuerda que Dios nos ha creado en el amor y, a pesar de nuestro pecado, sigue amándonos. Este amor es tan grande que el Padre envió al Hijo para que asumiera nuestra humanidad y muriera por nosotros; el Hijo nos reconcilió consigo mismo de forma sobreabundante, ofreciéndonos una vida nueva mediante la resurrección; y Dios Espíritu Santo sigue estando presente y habitando con nosotros. Tanto la devoción eucarística como la mariana nos llevan siempre a profundizar en nuestra propia identidad de cristianos, porque nos remiten a esta Buena Noticia.

La Eucaristía y nuestra devoción a ella se centran en la Presencia Real de Cristo. Lo mismo puede decirse de nuestra devoción mariana. El papel de María en la historia de la salvación es hacer presente a Cristo. En la Encarnación, Cristo toma de María su naturaleza humana, nuestra naturaleza humana. En consecuencia, nos referimos a ella como la Madre de Dios porque es la verdadera madre de la humanidad de Jesús. Históricamente, es María quien nos une a Cristo, y es a través de ella que Jesús entra en la historia humana de un modo profundamente íntimo y especial.

Esta Presencia Real de la Encarnación está en la raíz de la Presencia Real de la Eucaristía. La razón por la que hablamos de cuerpo, sangre, alma y divinidad cuando hablamos del don de Cristo mismo en la Eucaristía es que nos encontramos con Cristo entero, que se encarnó. La razón por la que se hace presente en la Eucaristía es que primero se hizo presente en la Encarnación. La Eucaristía, pues, continúa de un modo especial y sacramental la presencia que María ayudó a realizar primero. María misma es el tabernáculo original, que se imita en nuestra arquitectura —los tabernáculos de las parroquias— y en nuestra espiritualidad eucarística —el tabernáculo que es la Iglesia al recibir su Presencia Real. Cada vez que recibimos a Cristo, imitamos a María, la primera en recibirlo en cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Nos hemos referido con frecuencia al carácter sacrificial de la Eucaristía. Una vez más, María es nuestro vínculo con el sacrificio de Cristo a través de la Encarnación. Gracias a que tomó de ella su humanidad, Jesús puede ofrecerse en la cruz. Es su humanidad, la humanidad de María, nuestra humanidad, la que muere en la cruz. A diferencia de otros casos de muerte, debido a la unión con la divinidad en la persona del propio Cristo, este acto de derrota se transforma en uno de triunfo. Utilizamos el lenguaje del Misterio Pascual para referirnos a esto, porque Cristo es el nuevo cordero pascual que nos extiende una salvación nueva y más plena. Su sacrificio único, que es también el sacrificio de María y el nuestro, se nos hace accesible de un modo especial y tangible en la Eucaristía.

El hecho de que la Eucaristía nos haga tangiblemente accesible el kerygma es también cierto en lo que se refiere a María y a nuestras devociones hacia ella. Nuestra espiritualidad mariana informa nuestra espiritualidad eucarística y viceversa. Ambas están arraigadas en nuestra espiritualidad fundamentalmente kerigmática, encarnada y pascual. Cuando lo expresamos así, nuestra fe suena muy abstracta y teórica. Lo que nuestra devoción a la Santísima Madre y a la Eucaristía ponen de relieve para nosotros es exactamente lo contrario: la salvación no es una idea abstracta. Es una realidad tangible y vivida que siempre implica presencia y, en consecuencia, transformación. Juntos, la devoción a la Eucaristía y a María nos llevan al corazón de nuestra fe.


El Doctor Michael Martocchio es el secretario de evangelización y director de la Oficina de Catequesis e Iniciación Cristiana. Escríbele un correo electrónico a mmartocchio@charlestondiocese.org.