| Por Hna. Guadalupe Flores

Nuestro mayor tesoro es la Sagrada Eucaristía

Nosotros sabemos que el domingo es un día especial cuando pasamos tiempo con la familia, salimos de paseo, visitamos a nuestros amigos y realizamos muchas otras cosas. Todas estas cosas son importantes, pero entre todas estas cosas buenas que hacemos el domingo, hay una que es la primera y la más importante de hacer que es dedicar tiempo a Dios para darle gracias por todo lo que él hace por nosotros. Una manera de dar gracias a Dios es participar de la santa Misa, a la que todos debemos asistir a celebrar la sagrada Eucaristía.

Para comprender mejor el significado de la Eucaristía, tenemos que definir esta palabra que proviene del griego y significa acción de gracias. Con esto, demostramos gratitud por el sacrificio que hizo Jesús al morir en la cruz por cada uno de nosotros. Jesús, en la última cena que celebró con sus discípulos, dijo: Esto es mi cuerpo y esta es mi sangre, hagan esto en memoria mía (Mt 26, 26-30). Su Presencia Real y viva continúa entre nosotros en el sacramento de la sagrada Eucaristía, donde Jesús perpetúa su amor por cada uno de nosotros.

En cada Eucaristía, celebramos el gran milagro de la muerte y resurrección de Jesús. Cuando se consagra el pan y el vino, ya no es solo pan ni vino, sino se convierte en el cuerpo y la sangre de Jesús. Parece pan, sabe a pan y es pan. Pero sucede algo maravilloso que se llama transustanciación, que significa “por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre”, aunque las apariencias de pan y vino permanecen (Catecismo de la Iglesia Católica, N 1376).

La sagrada Eucaristía es el fundamento y centro de nuestra fe. Es el más grande regalo que Dios nos ha dado a la humanidad, y es el mayor tesoro de la Iglesia Católica. Jesús nos dice en las sagradas escrituras: “Yo soy el pan de vida. El que venga a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6, 35). Y también: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. … El que coma este pan vivirá eternamente” (Jn 6, 56-58).

Tratar de entender qué es lo que ocurre en ese momento de la Eucaristía en su totalidad es muy complicado. Por lo tanto, nos ayudará a entender lo que nos dicen algunos santos. Por ejemplo, San Bernardo decía: “En ese momento, los ángeles rodeaban al sacerdote, haciéndole una guardia de honor. Los ángeles llenan la iglesia, rodean el altar y contemplan extasiados la sublimidad y grandeza del Señor”.

Otro de los santos, San Juan Vianney, el Cura de Ars, nos habla de cómo debemos acercarnos a la Eucaristía. En un sermón dijo: “Para acercarte a la comunión, te levantarás con gran modestia, te arrodillarás en presencia de Jesús sacramentado, pondrás todo tu esfuerzo en avivar tu fe. Tu mente y tu corazón deben estar centrados en Jesús. Cuida de no volver la cabeza a uno y otro lado. Si debes esperar algunos instantes, despierta en tu corazón un ferviente amor a Jesucristo. Suplícale que se digne venir a tu pobre corazón. Y después de haber tenido la inmensa dicha de comulgar, te levantarás con modestia, volverás a tu sitio y te pondrás de rodillas. Debes conversar unos momentos con Jesús, al que tienes la dicha de albergar en tu corazón donde durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal”.

Cada cristiano tiene que vivir lo que celebra en la Misa, es decir, hacer de la Eucaristía el centro de su vida, llevar una vida digna donde la Eucaristía sea el punto de partida a la misión y hacer que resuene lo que Jesús nos dijo: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28, 19).


La hermana Guadalupe Flores, OLVM, es la coordinadora de Formación de Fe de Adultos para la oficina del Ministerio Hispano. Envíele un correo electrónico a gflores@charlestondiocese.org.