Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Como católicos estamos llamados a ser servidores fieles, a ser fuertes con un valor santo. No debemos tener miedo ni desanimarnos, sino rezar y seguir activamente a nuestro Señor. Nuestra fe nos exige mucho, pero a su vez nos permite vivir vidas hermosas en armonía con la voluntad de Dios.
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Como católicos estamos llamados a ser servidores fieles, a ser fuertes con un valor santo. No debemos tener miedo ni desanimarnos, sino rezar y seguir activamente a nuestro Señor. Nuestra fe nos exige mucho, pero a su vez nos permite vivir vidas hermosas en armonía con la voluntad de Dios.
Uno de los fundamentos de la fe es la participación en cada una de las formas de oración: adoración, contrición, súplica y acción de gracias. Quiero hablar de esta última forma, porque la acción de gracias es la expresión de la gratitud, especialmente de nuestra gratitud a Dios. Le damos gracias y gloria por las muchas bendiciones que hay en nuestra vida, y especialmente por el mayor regalo que recibimos: la salvación por la pasión y muerte de Cristo Jesús, celebrada en la Eucaristía; la palabra misma que significa “acción de gracias”.
Puede ser difícil ver la esperanza en medio del caos de este mundo. De hecho, con frecuencia nos olvidamos de dar las gracias, y en su lugar nos dejamos adormecer por la cultura tóxica, las noticias, la división en la Iglesia o, tristemente, la división en nuestras propias familias. A menudo parece que, física, emocional y espiritualmente, nos ahogamos bajo el peso de todo ello.
Pero no podemos dejarnos inundar por los daños colaterales del pecado humano.
Los cristianos estamos llamados a ser santos —a vivir vidas extraordinarias y a honrar a nuestro Dios— y no hay mayores ejemplos de ello que los héroes de nuestra fe.
Este mes celebramos a los católicos negros, cuya persistencia, tenacidad y fe han perdurado a través de todos los obstáculos. También damos gracias por aquellos que, en momentos difíciles e incluso en la cárcel, se han vuelto o han regresado a la Iglesia católica como un faro de esperanza.
Damos gracias por todos estos testimonios, y recordamos sobre todo que todo bien procede de Dios, Padre y Creador. Al acercarnos al Día de Acción de Gracias, veamos más allá de las dificultades de nuestra vida personal o del mundo. Veamos la bondad y las maravillas que nos ofrece el Señor y, a su vez, démosle gracias.
En la paz del Señor,
Excmo. Mons. Robert E. Guglielmone, DD
Obispo de Charleston