| Por Hna. Guadalupe Flores

Los dolores de la Virgen María

La Iglesia Católica tiene una hermosa tradición: el mes de mayo está dedicado a María.  Ella fue elegida por Dios la eligió entre todas las mujeres, por su gran fe y confianza en Él. Ella nos guió con su obediencia a la Encarnación. María, desde siempre, nos enseñó a tener fe, humildad, a ser obedientes, a saber amar, también a saber acoger la palabra de Dios y vivirla en plenitud.

Nos enfocaremos en analizar los dolores de María. Estos nos ayudan a comprometernos a servir a todos los que sufren o están pasando alguna necesidad:

La profecía de Simeón

Esta profecía se encuentra en el Evangelio de San Lucas (2,25-35), que anuncia que Jesús será “la luz para iluminar a las naciones” y “signo de contradicción”. Este hecho provocará la destrucción y el resurgimiento de muchos en Israel; también profetiza que María sufrirá un gran dolor al estar presente en el sufrimiento de su hijo en la cruz. El amor de María era tan grande que carga con la cruz del sufrimiento al lado de Jesús, su hijo. El Papa Francisco nos dice sobre la profecía: “Simeón abraza a ese niño, pequeño e indefenso, que descansa entre sus brazos; pero es él, en realidad, quien encuentra el consuelo y la plenitud de la existencia abrazándolo”.

La huida a Egipto

En este pasaje bíblico de Mateo (2,13-15) podemos observar que la Sagrada Familia huyó a Egipto para poder proteger al niño Jesús de la tiranía de Herodes, quien se había propuesto asesinar a todos los niños menores de dos años que habían nacido en Belén. Este evento está relacionado con la matanza de los Santos Inocentes y la historia de salvación. Especialmente, podemos observar esta relación en el Antiguo Testamento, cuando Moisés escapa de la ira de los egipcios, es este mismo Dios que salva a Jesús, María y José de la ira de Herodes. El mensaje de este pasaje es que en cada momento y circunstancia de la vida, encontramos personas valientes que son coherentes con sus valores y saben superar cualquier dificultad e injusticia que se les presente en la vida. “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo’” (Mt 2,13).

El niño Jesús perdido en el templo

El Evangelio de Lucas (2,41-50) es uno de los evangelios más significativos de la vida oculta de Jesús. En la cultura judía, los niños al cumplir los 12 años, ingresaban a la adultez, por lo cual se les permitía participar de la vida religiosa. El evangelio menciona que cuando los Padres de Jesús regresaron de Jerusalén,  se percataron que él no estaba en la caravana y se pusieron a buscarlo, encontrándolo en el templo, donde estaba cumpliendo su misión. El significado de este pasaje es que Jesús, al ser un niño, ya estaba ocupándose de las cosas de su Padre celestial y revelando su misión divina. El Papa Francisco dice: “En la familia de Nazaret nunca ha faltado el asombro, ni siquiera en un momento dramático como el de la pérdida de Jesús: es la capacidad de sorprenderse ante la gradual manifestación del Hijo de Dios", añadió, haciendo hincapié en que cada uno de nosotros está llamado a maravillarse ante la gracia de Jesús, al igual que lo hicieron los maestros en el templo "por la inteligencia y las respuestas del pequeño". 

Pero lo que tenemos que rescatar de este pasaje es el dolor de María, al perder a su hijo; esos tres días debieron ser días de intenso dolor y sufrimiento, para ella que amaba tanto a su hijo. Muchas veces vemos a madres llorando y sufriendo por sus hijos que se pierden en las drogas u otras circunstancias, se sienten impotentes de no poder ayudarlos a salir de ellas. Los ponen en manos de Dios, para que él sea quien pueda ayudarlos y María sea quien les dé fortaleza como madres para seguir adelante y enfrentar con valentía esta situación.

Encuentro de María con Jesús llevando la cruz

Este pasaje está relacionado con la cuarta estación del Via Crucis. Simboliza la profunda conexión entre una madre y su hijo. El único que repara en la presencia de María es Jesús, quien la ve desconsolada; este hecho debió de ser un momento cargado de intenso dolor. Para ella, solo ver a su hijo y con una mirada, darle ánimo y hacerle ver que ella está ahí, acompañándole, en este camino tan doloroso. El Papa Benedicto, respecto a este encuentro en el camino al Calvario, dijo: “Se debe destacar la fe y el amor de María, que se unen al sufrimiento de Jesús para la salvación, invitando a todos a seguir a Jesús con obediencia, sacrificio y amor”.

La crucifixión de Jesús

Este es uno de los acontecimientos centrales de nuestra fe (Jn 19,17-30). Simboliza el sacrificio más grande que Jesús hizo por nosotros: por amor y redención. Esta acción fue un pacto de humildad y compasión, que nos enseña sobre el perdón y la esperanza en cada momento de nuestra existencia. Pero para María fue otro dolor, ver a su hijo en la cruz, completamente maltratado, desfigurado e irreconocible. Ella continúo en silencio observando lo que ocurría; cada clavo era como una espada atravesando su corazón que se va destrozando. Solamente la mantiene en pie el amor de madre; que en silencio acompaña a su hijo.

Este hecho nos hace ver que ante el sufrimiento debemos tener confianza en nuestro Padre, y solamente de esta manera podremos ser fuertes en los momentos difíciles que nos toca atravesar, como hijos de Dios. El Papa Francisco dijo: “Debemos entender esto, pero entenderlo no sólo con la mente, sino entenderlo también con el corazón. Dios nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón, pero él nunca se cansa de perdonar”.

Jesús es bajado de la cruz

Este acontecimiento, del Evangelio de Marcos (15,42-46), nos invita a contemplar la cúspide del sacrificio de Jesús, el amor incondicional que nos mostró. Con su Resurrección, nos muestra la esperanza de la vida eterna. No podemos imaginarnos el dolor de María al recibir a su hijo entre sus brazos, simplemente cobijándolo con el amor de una madre. El Papa Francisco nos invita a reflexionar: “Jesús es entregado a su madre, María, en un acto de amor y cuidado, simbolizando la protección y el consuelo que la Iglesia ofrece a sus hijos”. El dolor de María se relaciona con el dolor de las madres que pierden a un hijo de una manera inesperada y trágica.

Jesús es colocado en el sepulcro

Este pasaje bíblico (Jn 19,38-42) significa la culminación del sufrimiento y la muerte. Pero más que eso, es la promesa de la resurrección y la esperanza de la vida eterna que nos ofreció Jesús con su muerte. María, José de Arimatea y Nicodemo, cumplen los rituales para enterrarlo y colocarlo en el sepulcro. Después de este acto, María continúa con su dolor de madre. También es el tiempo de dar fortaleza a los discípulos y acompañarlos en continuar con la misión de Jesús. El Papa Francisco dice: “Él entró en el sepulcro de nuestros pecados, llegó hasta el lugar más profundo en el que nos habíamos perdido, recorrió los enredos de nuestros miedos, cargó con el peso de nuestras opresiones y, desde los abismos más oscuros de nuestra muerte, nos despertó a la vida y transformó nuestro luto en danza”.

La profecía de Simeón, la huida a Egipto, el niño Jesús perdido en el templo, el encuentro con Jesús llevando la cruz, la crucifixión, Jesús es bajado de la cruz y colocado en el sepulcro -todos estos acontecimientos nos llevan a una profunda meditación sobre los dolores de María Y en ellos  somos partícipes del dolor inmenso que tuvo que pasar María, al acompañar a su hijo cuando estaba entregando su vida por nuestra salvación.

María soportó su dolor en silencio. Ese mismo silencio nos da la fuerza hasta el día de hoy para seguir siendo discípulos que continúan la misión de Cristo. María es el modelo por el cual sabemos que acompañamos a Jesús cuando sufrimos, y que Jesús y su madre nos acompañan en nuestro propio dolor.


La hermana Guadalupe Flores, OLVM, es la coordinadora de Formación de Fe de Adultos para la oficina del Ministerio Hispano. Envíele un correo electrónico a gflores@charlestondiocese.org.