La vida consagrada es un verdadero don de amor
La vida consagrada consiste en una entrega total, libre y generosa de una persona a Dios. Es Dios Padre quien elige a una persona para seguirlo más de cerca. Esa persona acepta libremente seguir las huellas del Señor para seguir construyendo el reino y alcanzar el amor pleno en Cristo.
La vida consagrada consiste en una entrega total, libre y generosa de una persona a Dios. Es Dios Padre quien elige a una persona para seguirlo más de cerca. Esa persona acepta libremente seguir las huellas del Señor para seguir construyendo el reino y alcanzar el amor pleno en Cristo.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la vida consagrada es un estado de vida permanente reconocido por la Iglesia, en el que una persona "entra libremente como respuesta a una llamada de Cristo a la perfección" y que se caracteriza por la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia (914).
El Papa Benedicto XVI dijo que la vida consagrada era "la entrega concreta de las personas consagradas a Dios" y a sus hermanos. De esta manera, los hombres y las mujeres se convierten en signos elocuentes de la presencia del reino de Dios para el mundo.
Veamos qué significa vivir una vida consagrada al Señor.
Llamado de Dios
Es una invitación personal que Dios hace a cada persona. Cuando Dios llama se dirige a la persona por su propio nombre. Por ejemplo, la llamada de Samuel: “Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: ‘¡Samuel, Samuel!’. Él respondió: ‘Habla, porque tu servidor escucha” (1 S 3,10). También Jesús llamó a los apóstoles por su nombre para que le siguieran y se hicieran sus discípulos, y cumplieran la misión para la cual habian sido llamados. Hoy en día, Dios sigue llamando por su nombre para seguirle a través de una congregación concreta. Este llamado puede llegar de diferentes maneras: momentos o situaciones. En cada llamada, Dios tiene un plan para nosotros; solamente tenemos que responder a esta llamada con generosidad, al igual que Samuel y los apóstoles.
Don de amor incondicional
Hablar del don de amor es buscar la felicidad con Aquel que nos ha creado y nos ha invitado a seguirle. Siendo un don de amor, debe ser un encuentro, un diálogo de amor con el Padre. Estamos hechos para amar a Aquel que nos ha creado por amor.
Amor de entrega
La entrega en la vida consagrada es un amor que no se puede comparar con ningún otro porque es un amor auténtico y fiel que nos llena de una alegría inexplicable y nos permite amar a los demás. El gran ejemplo de este amor es el que nos da Cristo. San Pablo en su Carta a los efesios dice: “Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios” (Ef 5,2).
Seguir más de cerca a Cristo
Quien escuche la voz de Dios y medite en su invitación a seguirle debe responder con diligencia y prontitud, como hicieron los discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23). Para seguir de cerca a Cristo es necesario enamorarse de él e intimar con Aquel que nos ha elegido. Esto sólo lo podemos lograr a través de la oración y teniendo el corazón abierto para escuchar sus susurros dirigidos a nuestro interior. Esto nos hace sentir la presencia de Dios en nuestras vidas y nos invita a crecer día a día en la fe y en nuestra vocación. “Seguir a Jesús excluye los arrepentimientos y las miradas atrás, sino que requiere la virtud de la decisión”, afirmó el Papa Francisco.
Otros de los signos más concretos del seguimiento a Cristo es vivir los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad. Más que vivirlos como una renuncia, es aceptar estos consejos como una opción libre y voluntaria por amor a Cristo. “Al elegir la obediencia, la pobreza y la castidad por el reino de los cielos", el Papa Benedicto XVI dijo, "muestran que todo apego y amor a las cosas y a las personas es incapaz de saciar definitivamente el corazón”.
Como signo de esperanza
La vida consagrada es signo de esperanza a medida que el corazón de cada consagrado se une al corazón de Jesús; sólo así se podría ser esperanza en este mundo en el que se están perdiendo los valores cristianos, dando paso a los antivalores: materialismo, individualismo, consumismo, etc.
La esperanza es algo perseverante en el ser humano. Porque para los hombres y las mujeres, la esperanza es una búsqueda continua para lograr algo mejor en el presente y futuro. Si en una sociedad se olvida el sentido de tener esperanza, la luz del horizonte se apaga y la existencia misma va perdiendo su sentido. Lo mismo ocurre en la vida consagrada cuando se va perdiendo el sentido del carisma y de la espiritualidad para la que fue fundada: va disminuyendo el fervor de la entrega para la que fueron llamados.
Para ser signos de esperanza en esta sociedad debemos fomentar las siguientes cualidades:
- Tener una relación íntima, alegre y personal con Dios, es de esta relación que nace la esperanza. Esto es lo que se convierte en el único signo de esperanza visible para los demás.
- Una vida fundamentada en Dios, una que no sea insensible ante el dolor del mundo sino que, en medio de él, descubra la presencia del Dios de la esperanza y del consuelo.
- Tener un estilo de vida fraterna, alegre y, sobre todo, acogedor, que sea una alternativa a lo que ofrece el mundo de hoy, como el consumismo y la competitividad que crea la economía del mercado actual.
- El instituto o la congregación no pueden convertirse en una carga; las actividades que marcaron a muchos consagrados durante mucho tiempo han ido perdiendo el valor y significado que tuvieron en su momento. La Vida Consagrada ha de buscar los medios y lugares convenientes para su servicio en estos tiempos tan cambiantes. Por lo que debe ser testimonio de esperanza para el mundo de hoy, con su propio testimonio de vida. Mi fundador decía: “Enfrentar necesidades modernas con medios modernos” (P. John Joseph Sigstein).
En definitiva, podemos decir que la vida consagrada es vivir un seguimiento pleno y radical de Cristo y, sobre todo, ser signo de esperanza en nuestra sociedad, donde vivimos con fidelidad y alegría nuestra entrega libre y voluntaria a Dios. “Quería decirles una palabra y la palabra era alegría”, dijo el Papa Francisco. “Siempre, donde hay personas consagradas, siempre hay alegría”.
La hermana Guadalupe Flores, OLVM, es la coordinadora de Formación de Fe de Adultos para la oficina del Ministerio Hispano. Envíele un correo electrónico a gflores@charlestondiocese.org.