Jesucristo: Luz del mundo
La Eucaristía popular, comúnmente llamada Misa, es el principal sacramento de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica 1330). Todos los católicos están invitados a participar diariamente o todos los domingos. No sé si ustedes habrán notado que las velas del altar están siempre encendidas cuando se celebra la Eucaristía. Esto simboliza la luz de Cristo, como él mismo lo dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Jn 8, 12). De la misma manera, lo dice a todos los cristianos, somos la luz del mundo.
La Eucaristía popular, comúnmente llamada Misa, es el principal sacramento de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica 1330). Todos los católicos están invitados a participar diariamente o todos los domingos. No sé si ustedes habrán notado que las velas del altar están siempre encendidas cuando se celebra la Eucaristía. Esto simboliza la luz de Cristo, como él mismo lo dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Jn 8, 12). De la misma manera, lo dice a todos los cristianos, somos la luz del mundo.
Por esta razón, la Iglesia ha utilizado la luz en las celebraciones litúrgicas, especialmente la cera de las velas o el aceite. Me gustaría reflexionar sobre el significado de la luz, que nos recuerda la presencia de Jesucristo en la Eucaristía y el sagrario.
Primeramente, debemos mencionar el origen de las velas en el altar. Proviene de la Iglesia primitiva de los siglos I al III de nuestra época, cuando el gobierno romano perseguía a los creyentes cristianos. Por este motivo, se reunían en cuevas y lugares alejados oscuros; actualmente, los conocemos con el nombre de catacumbas. Eran lugares donde no penetraba ni un rayo de luz, por lo cual necesitaban utilizar algo que los alumbrara. Los cristianos se reunían generalmente de noche para que sus perseguidores no pudieran capturarlos.
De ahí surge el uso de las velas en la liturgia. Sin embargo, la colocación de velas en el altar se inició en el siglo XI al XII, cuando terminó la persecución de los cristianos y las velas permanecieron como símbolo de “Jesucristo Luz del Mundo”.
En segundo lugar, la vela en el sagrario del Santísimo está hecha de cera o aceite; nos recuerda a Jesucristo que está eternamente vivo y vigilante, esperándonos en el Santísimo Sacramento. Significa que la vela permanecerá encendida día y noche al lado o encima del Santísimo en nuestras iglesias. El Catecismo nos dice: “El tabernáculo debe estar situado dentro de las iglesias en un lugar de los más dignos con el mayor honor. La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo eucarístico deben favorecer la adoración del Señor realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar” (1183). De la misma manera, el Papa Francisco al comité organizador del congreso Eucarístico Nacional en Estados Unidos les dijo: “Creo que en este tiempo moderno hemos perdido el sentido de la adoración. Necesitamos recuperar el sentido del culto en silencio, de la adoración al santísimo”.
Posteriormente, tenemos otro símbolo: la luz que está sobre el altar en todas nuestras celebraciones litúrgicas. Podemos observar que hay siempre dos velas encendidas sobre el altar o a un lado del altar; esto depende de la solemnidad de la celebración puesto que puede haber dos, cuatro o seis velas. Pero, cuando una celebración es precedida por el obispo, que es la cabeza de una diócesis, puede haber siete velas, lo que significa plenitud. Al igual que la vela se consume cuando arde, todos los cristianos deben hacer lo mismo, consumirse trabajando por el reino de Dios y, sobre todo, siendo luz para este mundo que muchas veces vive en las tinieblas.
También tenemos el cirio pascual, signo de Cristo vivo y resucitado. Por eso, cuando el cirio ingresa en la iglesia en procesión el Sábado de Gloria, todos los presentes encienden su vela como si dijeran: “Me estoy uniendo a Cristo por medio de la luz”. Este es un momento muy importante de la liturgia, donde la luz alumbra la oscuridad. El Papa Francisco, en su homilía del Sábado de Gloria, dijo: “Jesús es nuestra Pascua, aquel que nos hace pasar de la oscuridad a la luz, que se ha unido a nosotros para siempre y nos salva de los abismos del pecado y de la muerte, a trayéndonos hacia el ímpetu luminoso del perdón y de la vida eterna”.
Así que podemos decir que las velas no son simples adornos. Son símbolos de luz que tienen un doble sentido: el primero es que representan a Jesucristo luz del mundo, y el segundo es que nos llaman a reflejar y ser luz en el lugar donde nos encontremos.
La hermana Guadalupe Flores, OLVM, es la coordinadora de Formación de Fe de Adultos para la oficina del Ministerio Hispano. Envíele un correo electrónico a gflores@charlestondiocese.org.