
Via Fidelis: La pasión y muerte de Jesús
¿Qué significa proclamar algo que cambia la vida? Al iniciar nuestro primer año de Via Fidelis, hemos profundizado en el corazón del mensaje más poderoso del Evangelio: el kerigma. Esta proclamación fundamental cuenta la historia épica de un Dios amoroso que crea un mundo lleno de belleza y bondad, solo para ver cómo las decisiones de la humanidad introducen el pecado y sufrimiento. Sin embargo, aunque el pecado tensionó el vínculo entre el Creador y sus criaturas, el amor de Dios nunca pudo ser destruido.
¿Qué significa proclamar algo que cambia la vida? Al iniciar nuestro primer año de Via Fidelis, hemos profundizado en el corazón del mensaje más poderoso del Evangelio: el kerigma. Esta proclamación fundamental cuenta la historia épica de un Dios amoroso que crea un mundo lleno de belleza y bondad, solo para ver cómo las decisiones de la humanidad introducen el pecado y sufrimiento. Sin embargo, aunque el pecado tensionó el vínculo entre el Creador y sus criaturas, el amor de Dios nunca pudo ser destruido.
Tan grande fue este amor divino que condujo a un acto extraordinario: Dios mismo irrumpió en la historia humana cuando Jesucristo asumió nuestra carne mortal y la unió a su naturaleza divina. No fue una visita breve ni un gesto parcial de amor. Jesús se entregó por completo, transformando nuestra historia para siempre.
Al entrar en cualquier iglesia católica, contemplamos el crucifijo que nos recuerda el alcance de este don total. Jesús no solo vive por nosotros, sino que también sufre (de ahí la palabra pasión) y muere de forma violenta a manos de los romanos por nosotros. La dinámica que comienza en la Encarnación alcanza su máxima expresión en la pasión de Jesús. Su entrega total abarca todo lo que significa ser humano, incluyendo la traición, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Por eso, la pasión y muerte de Cristo son tan dignas de contemplación y meditación, y generan abundantes frutos espirituales.
El misterio pascual
La pasión y muerte de Cristo, junto con su resurrección y ascensión, conforman lo que llamamos el Misterio Pascual. El término “pascual” proviene del hebreo pesaj (חַסֶפ), o Pascua. La Pascua original se describe y prescribe en el Libro del Éxodo como parte de la acción salvadora del Señor en favor del pueblo de Israel. Dios los libera de la esclavitud en Egipto, donde el momento culminante ocurre cuando los israelitas son librados de la plaga que causa la muerte de los primogénitos por la sangre de un cordero. Solo después de este evento catastrófico, el faraón permite que Israel se marche (Ex 12,31-36).
La Pascua se establece entonces como la celebración de la liberación del pueblo de Dios de la esclavitud, el evento definitorio de la historia de Israel. Para los cristianos, esta Pascua es un anticipo, una prefiguración de lo que sucede en Cristo: el momento culminante y definitorio de toda la historia humana. El acto salvífico de Cristo es la nueva Pascua.
El sacrificio es uno de los paralelos importantes con la primera Pascua. El cordero pascual es sacrificado y se convierte en el medio de liberación del pueblo de Dios, tanto por su sangre en los dinteles de las puertas como por ser alimento para el viaje venidero. En cada Misa se nos recuerda que la pasión y muerte de Jesús son una ofrenda; esto lo escuchamos en las Palabras de la Institución (o consagración) durante la oración eucarística. Incluso nos referimos a Cristo en la Misa como el Cordero de Dios.
Este sacrificio de Cristo cumple con todos los sacrificios del Antiguo Testamento. Es el sacrificio “de una vez para siempre” (ver Heb 10,9) . No hay nada mayor que pueda ofrecerse que Jesús, quien es, a la vez, lo mejor de la humanidad y de Dios. Y es a través de este sacrificio que Cristo libera a su pueblo.
La verdadera buena nueva
Al avanzar hacia la próxima entrega, descubrimos que la maravilla del Misterio Pascual no reside únicamente en la intensidad de la pasión y muerte de Jesús, sino en lo que Cristo hace con este profundo sufrimiento y muerte, y en cómo transforma el sufrimiento y la muerte para nosotros.
Antes de proceder a la resurrección y ascensión de Jesús, es importante reflexionar y recordar que hay algo muy real en la Buena Nueva que proclamamos. Nuestra proclamación no pretende negar la existencia del sufrimiento ni sugerir que de algún modo no experimentaremos sufrimiento y muerte. ¡Todo lo contrario! El sufrimiento y la muerte siguen siendo parte de la experiencia humana. Sin embargo, Dios mismo ha abrazado estos aspectos en la humanidad de Cristo y los ha transformado en un medio para nuestra salvación.
Una resurrección sin cruz sería demasiado buena para ser verdad: una victoria sin costo, un triunfo sin prueba. Pero nuestra historia nos cuenta algo más profundo. A través de la cruz, encontramos tanto el dolor como la esperanza, y descubrimos algo asombroso: el amor de Dios no es abstracto ni distante. En el Cristo crucificado, encontramos a un Dios que entra plenamente en el sufrimiento humano, transformándolo en la prueba del poder del amor para redimir nuestras heridas más profundas.
Michael Martocchio, Ph.D., es secretario de discipulado y director de la Oficina de Catequesis e Iniciación Cristiana. Puedes contactarlo en mmartocchio@charlestondiocese.org.