Via Fidelis: Comer, sanar, proclamar: Reflexión sobre el envío de los 72
“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos…” (Lc 10,2). Así comienza el mensaje de Jesús a los 72 cuando los envía a proclamar el reino de Dios. A menudo pensamos en la tarea de la evangelización de manera opuesta. Más bien, como una cosecha escasa, incluso demasiado escasa para los pocos obreros que hay, nada más lejos de la realidad.
“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos…” (Lc 10,2). Así comienza el mensaje de Jesús a los 72 cuando los envía a proclamar el reino de Dios. A menudo pensamos en la tarea de la evangelización de manera opuesta. Más bien, como una cosecha escasa, incluso demasiado escasa para los pocos obreros que hay, nada más lejos de la realidad.
Aunque en los últimos años nos han inundado las noticias sobre la desafiliación de antiguos católicos a edades sorprendentemente tempranas, o sobre el gran número de católicos que no están seguros de las enseñanzas fundamentales de la Iglesia, como la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no todo son malas noticias.
En los últimos años, la Iglesia ha observado un aumento constante de personas, en su mayoría jóvenes, que se convierten al catolicismo o, al menos, muestran apertura a la fe. La “cosecha es abundante”, pero ¿estamos dispuestos a trabajar? Ver estos grandes aumentos a nivel mundial es una señal positiva de que hay más trabajadores en acción, cosechando a aquellos cuyos corazones, abiertos a la fe, han madurado. Sin embargo, no hay tiempo para dormirse en los laureles, porque mientras haya personas que no hayan conocido el amor de Cristo, hay mucho trabajo por hacer. Se necesitan cada vez más trabajadores para llevarlo a cabo.
Durante el último año hemos reflexionado sobre nuestra llamada a Proclamar la Fe. Hemos dedicado bastante tiempo a reflexionar sobre lo que debemos proclamar. Al hacerlo, hemos examinado en detalle los diversos elementos del kerygma y cómo, tomados en conjunto, todos y cada uno constituyen, en efecto, “buena nueva”. En los últimos meses, hemos examinado nuestra llamada a ser testigos auténticos tanto con la palabra como con la acción.
Ahora que comenzamos a mirar hacia la próxima fase de nuestro camino Via Fidelis, es un momento adecuado para reflexionar sobre la labor de evangelización. El “envío de los 72” (Lc 10,1-12), que hemos mencionado anteriormente, nos ofrece algunas pautas sobre cómo es esta labor para nosotros.
En primer lugar, a los 72 se les dice que “no lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino” (Lc 10,4). En este mensaje se transmite tanto un sentido de urgencia como de confianza en Dios. La llamada a compartir el Evangelio es apremiante y debe atenderse sin demora. Somos enviados como misioneros, no como turistas. Sin embargo, aunque no debemos distraernos saludando a la gente “por el camino”, estamos llamados a dar un saludo de “paz” a quienes somos enviados y a aceptar su hospitalidad (Lc 10,5-7). Esto puede parecer una orden curiosa. En este breve pasaje, Jesús ordena dos veces a quienes envía que coman lo que se les ofrezca (Lc 10,7-8). En su directriz principal, Jesús dice a los 72: “En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirva; curen a sus enfermos y digan a la gente: ‘El Reino de Dios está cerca de ustedes’” (Lc 10,8-9).
Así pues, nuestra vocación es “comer”, “curar” y “proclamar”. Es significativo que la llamada a evangelizar vaya precedida de las tareas de “comer” y “curar”. Cuando compartimos una comida con otros, compartimos los elementos de la vida. Al fin y al cabo, necesitamos comer para vivir.
Pero además, cada vez que aceptamos la hospitalidad de otra persona, aceptamos el don de sí misma. En otras palabras, aceptar la hospitalidad es una señal de aceptación y de afirmación hacia quien la ofrece. En esencia, la orden de “comer” aquí es una orden de entrar en la vida y en la compañía de quienes somos enviados.
La orden de comer va seguida de la orden de “curar” o “sanar”. Si realmente entramos en la realidad de aquel a quien proclamamos la Buena Nueva, primero debemos escuchar y atender sus necesidades. A veces nuestra vocación es llevar la curación física, pero a menudo es llevar el amor y la atención de Cristo, el Sanador, a la vida de quienes somos enviados.
A partir de estas dos órdenes, vemos que la tarea de la evangelización no es una simple acción momentánea, sino más bien un deber permanente. Estamos llamados a involucrarnos e interesarnos en la vida de quienes evangelizamos. Este “involucramiento” puede presentar diversos grados. No se trata de ser intrusivo ni de imponerse de manera desagradable; nótese que, en el pasaje, se trata de responder a una invitación. Se trata más bien de una receptividad amable y de una actitud genuina de preocupación por el bien del otro.
Es después de estas dos órdenes cuando Cristo pide a los 72 que proclamen el reino de Dios. La proclamación explícita del Evangelio tiene lugar sólo después de que comprendemos a quienes les estamos dando el mensaje. Al recordar los diversos elementos de ese mensaje que exploramos juntos durante varios meses, es útil comprender las vidas de quienes evangelizamos, ya que nos puede ayudar a comprender los elementos de ese mensaje que más necesitan escuchar. Mejor aún, nos permite comprender cómo necesitan escucharlo. Por lo tanto, esforcémonos por responder a esta gran llamada a “comer”, “sanar” y “proclamar”, porque “la cosecha es abundante”.
Michael Martocchio, Ph.D., es el secretario de discipulado y director de la Oficina de Catequesis e Iniciación Cristiana. Envíele un correo electrónico a mmartocchio@charlestondiocese.org.