Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo – Noviembre 2024
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
A medida que se acerca el Día de Acción de Gracias, recordamos las muchas bendiciones que Dios nos ha dado en nuestras vidas. Cuando nos reunimos para celebrar y disfrutar de la compañía de amigos y familiares, me gustaría que reflexionaran sobre el valioso regalo de los hombres y mujeres que nos han precedido, tanto en nuestras familias como en la vida de la Iglesia.
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
A medida que se acerca el Día de Acción de Gracias, recordamos las muchas bendiciones que Dios nos ha dado en nuestras vidas. Cuando nos reunimos para celebrar y disfrutar de la compañía de amigos y familiares, me gustaría que reflexionaran sobre el valioso regalo de los hombres y mujeres que nos han precedido, tanto en nuestras familias como en la vida de la Iglesia.
Durante la temporada festiva, siempre recordamos las tradiciones que se nos han transmitido. De manera muy especial, este mes la Iglesia ha reservado tiempo para recordar y orar por aquellos que han fallecido. También dedicamos tiempo para invocar la intercesión de los santos y leer relatos de sus vidas para nuestra inspiración o para invocar la intercesión de los santos y leer relatos de sus vidas para nuestra inspiración. Por ejemplo, podemos aprender de la generosidad desinteresada de San Maximiliano Kolbe, así como del testimonio heroico de Santa Juana de Arco.
No celebramos las vidas de los santos sólo porque vivieron vidas virtuosas; de hecho, muchos de ellos se convirtieron en su lecho de muerte. No los honramos porque fueron perfectos, sino porque se esforzaron por imitar y descubrir a Cristo en momentos decisivos. Los recordamos porque podemos relacionarnos con ellos. Podemos seguirlos mientras caminaban por el estrecho sendero hacia la verdad. ¡Qué regalo tan valioso!
Cristo y su Iglesia tienden un puente sobre la brecha que separa la vida y la muerte. Dios habita fuera del tiempo, y en medio de la oscuridad de la crucifixión, Jesús rasgó el velo que separa lo temporal de lo eterno. Nos redimió y abrió las puertas del paraíso para aquellos que lo aman y lo sirven. Y, además, vino a salvar a aquellas almas justas que entraron en la otra vida antes de su ministerio terrenal. Lo más excepcional de los santos es que amaron a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos.
Recordemos con gratitud la presencia eterna de Dios y de los muchos santos que contemplan la Visión Beatífica.
“Cuando tomó el libro, los cuatro Seres Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron ante el Cordero. Cada uno tenía un arpa, y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los Santos,” (Ap 5, 8).
En el amor de Cristo,
Excmo. Mons. Jacques Fabre-Jeune, CS
Obispo de Charleston