| Por El Dr. Mike Martocchio

El sacramento del matrimonio y el Evangelio

Muchas veces, pensamos que el matrimonio y la vida familiar son algo privado. Sin embargo, si se busca en el Catecismo, el matrimonio se describe como un “sacramento al servicio de la comunión”. Esto tiene sus raíces en lo que llamamos el vínculo matrimonial que une al marido y a la mujer, la gracia de vivir una vida unida.

Pero, el matrimonio también sirve a la Iglesia en su conjunto. El sacramento del matrimonio trae consigo una llamada y una vocación a compartir el Evangelio de una manera especial. La responsabilidad de ser “discípulos misioneros”, encargados de compartir las buenas nuevas de la salvación en Cristo, nos llega con el bautismo y se profundiza con la confirmación. Pero, esta llamada adquiere un carácter específico en los “sacramentos al servicio de la comunión” (el orden sagrado y el matrimonio).

La llamada a “hacer discípulos” (Mt 28,19) adquiere un significado literal en la función procreadora (reproductora) del matrimonio. Pero el Matrimonio, como sacramento, no se enfoca sólo en el nacimiento de personas nuevas, sino en el desarrollo de nuevos cristianos. Por esta razón, el Concilio Vaticano II utiliza la expresión “Iglesia doméstica” para describir a la familia (Lumen Gentium 11).

La familia es la piedra angular de la sociedad secular, pero también es la piedra angular de la Iglesia.

Cuando la familia cristiana se reúne en el nombre de Cristo, se produce un acontecimiento eclesial (Iglesia). Asimismo, desde el punto de vista práctico, la familia es el lugar donde los niños tienen su primer contacto con la fe y aprenden viendo cómo la fe de sus padres se pone en acción y se expresa.

Nuestra comprensión cristiana del propio sacramento del matrimonio se centra en el amor de Cristo por nosotros. La Carta a los Efesios nos dice cómo la relación entre el marido y la mujer refleja la de Cristo y la Iglesia (Ef 5, 21-33). Así, como marido y mujer, una pareja casada refleja el amor desinteresado de Cristo por su Iglesia. El sacramento del matrimonio es un gran ejemplo de lo que son todos los sacramentos. Cada sacramento comienza con una cosa “natural”, algo que Dios ha creado y que los humanos han desarrollado (por ejemplo, el pan y el vino; el agua y el lavado, etc.). Se trata del amor mutuo entre un hombre y una mujer que a menudo engendra una vida nueva. En el sacramento, ese elemento natural se transforma y se eleva para convertirse en un conducto de la gracia salvadora sobrenatural de Dios (por ejemplo, el pan y el vino se convierten en el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo; al lavarnos con el agua nos unimos a Cristo en su muerte y resurrección, etc.). La pareja casada se convierte en la viva imagen del amor entre Cristo y la Iglesia.

La pareja casada es, y debe esforzarse en sus acciones por serlo, un signo visible para el otro y para los demás del amor salvador de Cristo. Esto parece una tarea difícil, y a menudo no pensamos en nuestra vida como familia de esta manera, pero la verdad es que la gracia para hacerlo se nos da mediante este sacramento. Tenemos que permitirnos apoyarnos en esta gracia y darnos cuenta de que no podemos ser ese reflejo del amor de Cristo por nuestra cuenta, ni se nos pide que lo hagamos. Los matrimonios, confiando en la gracia de Dios, en su mismísima relación entre ellos, con sus hijos y con los demás, están llamados a ser testigos vivos del Evangelio. La propia familia está llamada a ser un lugar de evangelización.


El doctor Michael Martocchio es secretario diocesano de evangelización y director de la Oficina de Evangelización. Escríbele un correo electrónico a mmartocchio@charlestondiocese.org.

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