| Por Martha Gomez

Somos únicos, y así nos creó Dios

Las relaciones humanas son muy complicadas, y todas nuestras acciones tienen una consecuencia. Los problemas de comunicación, como saber escuchar, expresar lo que quiere decir, y mantener el corazón abierto, son comunes; sin embargo, podemos vencerlos con oración.

En casa, los hijos son como esponjas que absorben todo lo que ven y escuchan. Aprenden observando todo lo que dicen y hacen los adultos, o lo que dejan de decir y hacer. Los hijos sufren si ven que la relación de sus padres no es buena. Es normal y lógico tener momentos en los que los padres no están de acuerdo, pero lo que no es normal es que lo que hacemos en esos momentos.

Las emociones muchas veces están controladas por nuestros pensamientos. Y nuestros pensamientos están relacionados con eventos o situaciones que suceden. Es aconsejable cuando nos encontramos con determinados pensamientos hacernos una pregunta antes de actuar o reaccionar a nuestros sentimientos: ¿Será verdad lo que estoy pensando? Esto nos puede ayudar a reflexionar antes de actuar. No es un ejercicio fácil ya que no estamos acostumbrados a esto. Ahora bien, si hacemos esto y respiramos profundamente, es posible que observemos una respuesta diferente y esto nos ayudará a evitar hacer algo de lo que luego nos arrepintamos.

La violencia doméstica es peligrosa y complicada y las consecuencias son serias, e incluso a veces permanentes. Cada hijo o miembro de la familia experimenta la violencia o el trauma de manera diferente porque Dios los creó como individuos únicos.

Es posible que el abusado, o la víctima de la violencia doméstica, abuse de otras personas más adelante en su vida. El presenciar violencia doméstica es un abuso hacia nuestros hijos, sin importar su edad. Es un dolor que siempre tendrán en el corazón. Algunas de las consecuencias son diferentes en relación a la edad y desarrollo del niño: dificultad para dormir, agresividad, aislamiento, dolores de cabeza o de estómago, depresión, rebeldía, mala relación con los alimentos (comer demasiado o muy poco), autolesionarse, problemas en la escuela y en las amistades, dificultad de poder confiar en los demás, o dificultad para comprometerse o adquirir responsabilidades.

Solo con una relación personal e íntima de oración y misericordia habrá sanación. La sanación es posible, pero debe ser buscada por la persona que la necesita. No podemos sanar a nuestros hijos si ellos no lo desean. Tienen que llegar al momento más privado e íntimo de su corazón cuando, de rodillas, dejen su dolor en las manos misericordiosas de Dios Padre. El está siempre atento a abrirnos la puerta.

Como padres tenemos la responsabilidad de saber hasta dónde estamos dispuestos a soportar el maltrato. Nuestras acciones tienen consecuencias.


La violencia doméstica no es correcta, y no está en el plan de Dios. Si usted o alguien que conoce necesita ayuda comuníquese con la Línea Directa Nacional sobre Violencia Doméstica al 800-799-SAFE (7233) o visite thehotline.org.

¡Usted y su familia valen la pena!