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 | Por Cristina Umañ​​​​​​​a Sullivan

Sin vuelta atrás

La noche en que mi vida cambió fue durante el Jueves Santo de 2009, ante el Santísimo Sacramento. Tenía 19 años y estaba viviendo mi primera experiencia misionera. Estaba allí porque mi vida estaba muy desorganizada, en especial porque sufría un trastorno alimenticio que se me estaba saliendo de las manos, y quería un cambio drástico. Escuché que  había un viaje de misiones durante la Semana Santa y dije: “¿Qué tengo que perder? Sólo una semana”. Así que me inscribí sin pensar que lejos de perder una semana, iba a ganar una vida nueva a cambio.

El lema que escogieron para esas misiones fue: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes” (Jn 15, 16). Nos explicaban que estábamos allí porque Dios quería que fuera así, más allá de que hubiéramos aceptado la invitación. Esto no me calzaba del todo porque nadie me había invitado, yo había ido por mis propios medios y sin conocer a nadie.

La actividad para la noche del Jueves Santo fue hacer turnos de Adoración hasta el amanecer. Una de las cosas que explicaron antes de empezar fue: “Traten de no dormirse mientras están en la capilla porque los discípulos se durmieron mientras Jesús pasaba por su agonía. La idea es acompañarlo y velar junto a Él esta noche”. Luego nos repartieron los turnos. El mío fue a las 2:30 am. “¿Cómo diablos no me voy a quedar dormida a las 2:30 de la mañana?” fue mi primer pensamiento. “Ese es un problema para más adelante. Ahora me voy a la cama e intentaré descansar”, respondí a esa voz crítica dentro de mi cabeza. Estaba en mi quinto sueño cuando de repente alguien me sacudió: “Te toca a ti”. Todo estaba a punto de cambiar. Entré a la capilla y vi a otras mujeres jóvenes haciendo su turno también. Me sentí consolada y pensé “Bueno, si me duermo, Jesús tendrá suficiente compañía”.

Me arrodillé y comencé a orar. Fui honesta (por primera vez después de mucho tiempo), y le dije a Jesús: “Lo siento, no sé si voy a poder quedarme despierta. Estoy realmente cansada." Lo que no sabía era que yo no estaba allí para Él, sino que Él estaba allí para mí. Me acomodé en el banco frío y encontré un papel con algunas preguntas de meditación. La primera era: “Imagina que estás frente a Jesús tomándote un café con Él. ¿Qué le dirías sobre tu vida, familia y amigos?”

Esa pregunta me abrió los ojos. Fue la primera vez en toda la semana que acepté que no estaba bien. Antes de ir a estas misiones, estaba viviendo dos vidas: una tratando de parecer una “niña buena” ante mis padres, y la otra tratando de ser aceptada en grupos de amigos que no tenían mis mejores intereses, incluso comprometiendo mi salud para poder encajar. Con esta actitud, más que engañar a los demás, me estaba engañando a mí misma. Empecé a llorar. Cuando terminé, eran las 5:00 am.

Le pregunté a Jesús: “¿Por qué estoy aquí? De todas las chicas buenas que son honestas y coherentes, ¿por qué yo? No soy lo suficientemente fuerte para vivir comome pides”. Él me respondió en el silencio del corazón: “Dame tus debilidades y tus luchas, yo me ocuparé de ellas. Lo único que te pido es que empieces a amarme a Mí y amarte a ti misma de verdad”. Fue entonces cuando comprendí que la frase que repetían durante todo el viaje era cierta: Él fue quién me escogió y me llevó allí para sanarme.

Después de esa noche, no hubo vuelta atrás para mí: durante ese turno de Adoración, Jesús me sanó del trastorno alimenticio con el que estaba luchando, y eso fue sólo el comienzo. Allí me mostró lo hermosa que soy, lo bien que me creó y lo poco que necesitaba aparentar para recibir la aceptación y el amor de nadie. Ante el Santísimo Sacramento experimenté cuánto me ha amado desde toda la eternidad. Allí entendí cuáles eran los días que estábamos celebrando durante esa semana porque, en realidad, Jesús entregó su vida por mí hace más de 2000 años, y lo sigue haciendo cada día en la Eucaristía.

Si quieres consultar cuántos milagros Dios ha hecho en las almas por medio de Su presencia real en la Eucaristía, verás que una vida no alcanza para leerlos todos. Es como dice San Juan al final de su evangelio “Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” (Jn 21, 25). Si necesitas sentir la presencia, el amor y la acción de Dios en tu vida, acude a La Eucaristía. Es allí donde no habrá vuelta atrás porque te encontrarás con la vida eterna que puedes empezar a vivir desde ya.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.