Pascua
Somos un pueblo de esperanza
Somos un pueblo de esperanza
Este mes celebramos la fiesta más grande del año litúrgico. La Pascua es tan importante para nuestra autocomprensión como cristianos que consideramos todos los domingos, incluso los de Cuaresma, como “pequeñas Pascuas”. Es la celebración que define al cristianismo. La Pascua nos recuerda por qué hacemos lo que hacemos y quiénes somos como cristianos.
Este mes celebramos la fiesta más grande del año litúrgico. La Pascua es tan importante para nuestra autocomprensión como cristianos que consideramos todos los domingos, incluso los de Cuaresma, como “pequeñas Pascuas”. Es la celebración que define al cristianismo. La Pascua nos recuerda por qué hacemos lo que hacemos y quiénes somos como cristianos.
Mucha gente tiene un estereotipo del cristiano, y del católico en particular, como un individuo sombrío y amargado que está obsesionado con la culpa y el autocastigo. El estereotipo se centra simplemente en lo moral y penitencial. Aunque un sentido agudo del bien y del mal son ingredientes clave para una espiritualidad sana, esta imagen adusta del cristiano no es más que una mala imitación.
Contrariamente a esta representación, nuestra esperanza llena de alegría debe definirnos como cristianos católicos. Esta esperanza orienta todas nuestras prácticas penitenciales. En la Evangelii Gaudium (“La alegría del Evangelio”), el Papa Francisco nos recuerda que no debemos definirnos por la caricatura de lo que los demás piensan de los cristianos, sino dejarnos llevar con entusiasmo por la alegría de la vida nueva que se nos ha dado en la Resurrección. Señala que “hay cristianos cuya vida parece una Cuaresma sin Pascua”. Aunque nuestro sufrimiento puede ser muy real a veces, el Santo Padre nos advierte que no caigamos en esta tentación (EG 6).
Esta conexión con los tiempos litúrgicos es una gran imagen porque nos recuerda que, por muy importante, esencial y formativo que sea nuestro camino de Cuaresma, es solamente eso. El viaje tiene un destino: la Cuaresma siempre nos orienta hacia la Pascua. El sentido de nuestras prácticas penitenciales, en particular del ayuno, es mostrarnos que hay algo extraordinario hacia lo que se dirige nuestra vida, y que es la base de nuestra esperanza: la Resurrección.
Aunque todos los domingos son una celebración del Día del Señor, experimentamos la Resurrección de manera especial durante la Semana Santa. Llegamos a comprendernos a nosotros mismos y a comprender la fe, primero en el contraste de la celebración de la Pascua y el tiempo penitencial de la Cuaresma, y segundo en el recuerdo del Misterio Pascual. Este consiste en la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo, y pone en primer plano su victoria sobre la muerte y la esperanza que, como cristianos, profesamos de participar en esa victoria.
La esperanza cristiana no es ingenua. Es una esperanza realista, de hecho. Uno de los errores que cometemos al pensar en nuestra esperanza en la Resurrección es pensar que ésta anula la muerte. Aunque podemos decir que la muerte ha sido derrotada por la resurrección de Cristo, también podemos y debemos observar que la muerte sigue siendo muy real. La vida resucitada no consiste en olvidar que la muerte ocurrió, sino que en la Resurrección hay algo mucho más grande. Es la transformación de la muerte; conduce a una realidad diferente. La muerte ya no es un fin, se ha convertido en un nuevo comienzo, porque todo lo que toca Cristo se transforma. Esto incluye nuestra propia humanidad y lo que fue su momento de finalidad.
Asimismo, cuando perdemos a nuestros seres queridos, nuestra fe en la vida resucitada no hace que esa pérdida sea menos real. En cambio, nuestra fe pascual nos da esperanza en medio de la pérdida, porque sabemos que la muerte no tiene la última palabra. Sigue viniendo, pero se ha transformado: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?” (1 Cor 15, 55).
Al situarnos litúrgicamente en el Misterio Pascual, la Semana Santa nos recuerda esta esperanza, algo que todos necesitamos experimentar porque somos un pueblo de esperanza. Somos un pueblo de la Resurrección.
Puede ser muy fácil para nosotros olvidar esta verdad en medio del dolor y el sufrimiento de esta vida. La Pascua es el tiempo litúrgico necesario en el que todo se une y tiene sentido para nosotros. Es el tiempo en el que recordamos que el dolor y el sufrimiento han sido asumidos por Cristo y transformados en algo nuevo.
Las celebraciones de la Semana Santa nos ayudan a entender esto. Comenzamos la semana con el Domingo de Ramos (también llamado Domingo de la Pasión). La liturgia conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y luego pasa a relatar su pasión y muerte en la cruz. Vemos un contraste similar durante el Triduo, cuando celebramos el don de la Eucaristía el Jueves Santo, que nos lleva de nuevo a recordar la pasión y muerte de Cristo el Viernes Santo.
El punto en este contraste no es que se haya perdido la esperanza. La pérdida se transforma en esperanza a través de Jesús. El silencio del Sábado Santo nos recuerda que la pérdida es real, pero la luz de Cristo en la Vigilia Pascual rompe la oscuridad de nuestro mundo y de nuestras vidas. Nos dice que la pérdida se ha transformado en victoria mediante su Resurrección.
Conmemoramos la Resurrección no sólo como la reivindicación de Jesús y la afirmación de su identidad divina. La conmemoramos también porque la resurrección de Jesús es la fuente de nuestra esperanza.
La esperanza pascual es la esperanza que define la fe y vida cristiana. Es la esperanza que define lo que somos como católicos. Y es la esperanza que estamos llamados a compartir con el resto del mundo.
El doctor Michael Martocchio es el secretario de Evangelización y Catequesis. Escríbale un correo electrónico a mmartocchio@charlestondiocese.org.