
El verdadero privilegio de María
La Solemnidad de la Asunción de María a los cielos abre muchas preguntas con respecto a lo que esto significa. Algunas personas, en especial las que no conocen bien la figura de Virgen María o no han tenido alguna experiencia personal con ella, piensan que es una mujer llena de privilegios y de características tan fuera de lo común que raya incluso en una humanidad distinta a la de todos nosotros.
La Solemnidad de la Asunción de María a los cielos abre muchas preguntas con respecto a lo que esto significa. Algunas personas, en especial las que no conocen bien la figura de Virgen María o no han tenido alguna experiencia personal con ella, piensan que es una mujer llena de privilegios y de características tan fuera de lo común que raya incluso en una humanidad distinta a la de todos nosotros.
Esto es especialmente cierto cuando se habla de su concepción sin pecado y de haber sido elevada a los Cielos pareciera ser una superheroína de cuento maravilloso. Sin embargo, esta mujer fue la más común y la más sencilla de todas. Precisamente esta sencillez hizo que fuese la escogida para ser la mamá de Jesús, porque ella nunca perdió la consciencia de ser una criatura de Dios y tampoco olvidó su lugar en la creación.
Los seres humanos hemos sido creados para darle gloria a Dios, para cumplir con obediencia y abandono sus designios y para que nuestra vida sea un canto de alabanza a la Santísima Trinidad. Eso fue lo que hizo la Virgen María desde el inicio de su vida hasta el fin, entonces lejos de ser un “ser humano diferente”, fue precisamente todo lo contrario: fue el ser humano más humano que ha existido.
El verdadero privilegio de María no fue el de ser especial, o de tener una gloria diferente a la de todos los demás. No, su privilegio fue precisamente ser lo que Dios quería a cabalidad, sin consentir el mal, sin dejar de entender su vida y a ella misma como una obra de Dios. En nuestro caso, es común que cuando hacemos algo bien o cuando recibimos una felicitación o un halago, nos atribuyamos esas buenas obras a nosotros mismos. A veces, la manera en la que nos relacionamos con los privilegios que recibimos es contraproducente porque nos consideramos mejores que los demás, o más inteligentes, o más capacitados para ciertas tareas, entre otras muchas vanidades. De eso se trata la vanagloria: no adjudicamos la gloria de Dios.
El privilegio de María es la consciencia de saberse una criatura sin méritos, que recibe todas las gracias y méritos de Dios y los vive con toda honestidad. Sabe que todo lo que ha recibido es inmerecido y que su preservación del pecado original es una gracia especial de Dios. Nosotros, al contrario de María, nos adjudicamos las bendiciones como merecimientos, e incluso le exigimos a Dios que haga nuestra voluntad en lugar de abrazar su plan con humildad y abandono. María permitió que Dios hiciera grandes obras en ella.
Entonces, se trata de una elección gratuita de Dios para expresar su gloria y para que el mundo vea lo hermosa que es la santidad cuando somos dóciles y nos dejamos moldear por él. En eso consiste el privilegio de María, y en eso consiste el privilegio que Dios quiere obrar en nosotros.
María siempre supo que todo lo que le sucedía era gracia de Dios: ella estuvo presta a atribuirle a su Creador la gloria eterna. Dios la quiso asumir a los cielos para coronar en ella la obra de la gracia: los privilegios de María (por ejemplo, el ser Inmaculada, o ser Asunta), permiten resaltar el plan divino. “En adelante todas las generaciones me llamarán feliz …” (Lc 1,48) nos dice María, porque tiene conciencia que lo que Dios está haciendo en ella permitirá que muchos puedan conocerle y amarle. Lejos de vanagloriarse, ella se siente como el lienzo donde Dios plasma su mayor obra. Por el contrario, a menudo atribuimos cualquier buena obra a nuestros propios méritos cuando no somos constantemente conscientes de ser instrumentos de Dios.
La asunción de María es el designio de Dios para la santificación de todas sus criaturas. Su vida fue una continua conformidad con la vida de Jesucristo. Ella es la llena de gracia y la gracia en últimas es Cristo. Entonces este dogma mariano, como cualquier otro, debemos entenderlo desde el plan que tiene Dios de santificarnos. Él quiere que estemos íntimamente unidos a Cristo siguiendo el ejemplo de nuestra madre del Cielo. Jesús es el Señor de señores, vencedor del pecado y de la muerte. En María, se cumplen estas dos realidades porque el pecado nunca encontró lugar en ella y la muerte tampoco. Su cuerpo no conoció la corrupción, sino que fue asunto al cielo.
Hagámonos las siguientes preguntas para prepararnos a la gran Solemnidad de la Asunción:
- ¿Me dejo moldear por Dios como él considere mejor?
- ¿Sigo sus planes en lugar de empecinarme con los míos?
- ¿Me enfado y me alejo de Dios cuando sus proyectos son diferentes a lo que yo quiero?
- ¿Abrazo la divina voluntad con apertura y generosidad?
¡María, asunta al cielo, ruega por nosotros!
Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.