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 | Por Cristina Sullivan

Una ofensa silenciosa pero profunda

¿Sabes cuál es una de las mayores ofensas o “desaires” que le podemos hacer a Dios? Algunas personas podrían decir que es cometer un pecado mortal, o abandonar la fe, o blasfemar, entre muchas atrocidades que se pueden hacer. Todo eso es cierto, y no voy a negar que aquellas son grandes ofensas a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.

Pero hay una ofensa particular que le duele mucho a Dios y que la podemos cometer incluso yendo a Misa todos los días, confesándonos habitualmente y teniendo una vida apostólica activa. Se trata de una actitud silenciosa que es fácil que pase desapercibida: es la ofensa de no confiar en él.

No sé si te ha pasado que una persona muy cercana a ti (ya sea un amigo, un familiar, un compañero, alguien con quien tienes mucha cercanía y familiaridad), desconfíe de ti por algún motivo. Esta experiencia puede lastimar profundamente la relación porque la desconfianza rompe la cercanía y seguridad que antes había. Cuando alguien desconfía de nosotros nos está diciendo, “No te creo, dame pruebas de que no vas a fallarme”.

Esta actitud es especialmente dolorosa si uno ha dado innumerables motivos para ser digno de confianza y credibilidad. Es más, la falta de confianza fue la raíz de la caída de nuestros primeros padres Adán y Eva: Dios les había entregado la creación entera, les había dado el uno al otro para que pudieran experimentar el amor verdadero, no les había negado nada excepto el fruto prohibido que les traería la muerte y el sufrimiento, y además había sido absolutamente claro al respecto (ver Gn 3).

¿Cuál fue la estrategia de Satanás para tentarlos y que comieran del fruto mortal? Hacer que desconfiaran de Dios, de su bondad y de la legitimidad de sus palabras: los hizo dudar de Dios utilizando mentiras y así fue como cayeron en pecado.

Esa estrategia que el malvado usó al principio de los tiempos, la sigue usando hoy en día con nosotros. Nuestro enemigo no quiere que creamos en el amor de Dios, en su omnipotencia, en su entrega y, en especial, en su infinita misericordia. La ofensa de la desconfianza hiere profundamente el corazón de Dios, es decir, al Sagrado Corazón de Jesús.

Es por esta razón que Jesús nos pide algo muy básico y fácil de decir, pero difícil de vivir verdaderamente: quiere que confiemos en él. Santa Faustina Kowalska recibió una revelación del Sagrado Corazón y escribió en su diario las siguientes palabras pronunciadas por Jesús: “Si quieres agradarme, confía en mí. Si quieres agradarme más, confía más. Si quieres agradarme inmensamente, confía inmensamente. Las almas confiadas son las que reciben mis gracias” (Divina Misericordia en Mi Alma).

Es fácil confiar cuando sabemos el por qué de las situaciones, el cómo y hasta cuándo. Pero si surge una situación inesperada (y en algunos casos dolorosa o difícil), el hecho de no tener el control o de no conocer cada detalle es lo que nos hace perder la confianza. Nosotros confiamos cuando entendemos el por qué, entonces podríamos decir que la falta de confianza es realmente una falta de comprensión.

En los casos dramáticos y difíciles pueden suceder dos situaciones: la primera es que perdamos la fe porque Dios no hizo las cosas a nuestro gusto ni nos pidió permiso, o todo lo contrario, cerramos nuestros ojos y nos lanzamos al océano del abandono confiado en la Divina Providencia. Si escogemos la segunda opción, nos daremos cuenta que para confiar no necesitamos entender el por qué, solamente necesitamos saber en quién: en Dios.

Tener la certeza de que Dios es quien está acompañándonos, cuidándonos, fortaleciéndonos, amándonos, en especial en las situaciones de cruz y sufrimiento, es la llave que abre la puerta al Sagrado Corazón. Allí encontraremos la Resurrección y la misericordia que necesitamos para sobrellevar cualquier prueba.

En este mes que celebramos al Sagrado Corazón, pidámosle a Cristo que renueve nuestro amor y nuestra entrega mientras repetimos “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.