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 | Por Cristina Sullivan

Una cultura de paz

Cuando escucho las palabras paz y no-violencia, muchos pensamientos llegan a la cabeza: el movimiento contracultural de hippie de la década de 1960, los premios nobel de paz e incluso los conflictos a lo largo del mundo que claman por reparación y justicia. Sin embargo, también pienso en un fin de semana tranquilo cerca de la playa. El término “paz” tiene usos muy amplios, y en estas situaciones prefiero remitirme a las definiciones que ofrece el diccionario.
Las siguientes son las principales:

  1. Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países.
  2. Relación de armonía entre personas, sin enfrentamientos ni conflictos.
  3. Estado de quién no está perturbado por ningún conflicto o inquietud.

Estas definiciones sugieren que para tener paz o poder disfrutar de ella, tienen que evitarse ciertas situaciones como la lucha armada, los enfrentamientos, conflictos e inquietudes. En resumen, la paz requiere una ausencia de angustia. Pero, ¿qué podemos hacer cuando no se puede evitar la angustia? ¿Cómo podemos mantener la paz cuando la situación por la que tenemos que pasar se vuelve espantosa?

Jesús le hizo una promesa a Sus discípulos durante la última cena antes de su pasión: “La paz les dejo, mi paz les doy. No la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde”. Esta no es una promesa cualquiera, y además, la hizo justo antes de Su muerte, la cual fue todo excepto pacífica. Todos estos detalles nos indican que Su paz es diferente a la que hallamos en el diccionario porque no depende de que haya una carencia de conflicto, y tampoco depende de las circunstancias externas, que por lo general no están bajo control. Entonces ¿qué significa esta paz?

Durante la última cena, Él no nos prometió una vida sin problemas o preocupaciones, simplemente nos pidió que cuidemos nuestro corazón de la cobardía o la turbación. Esta es la manera en la que podemos afrontar las situaciones difíciles y aterradoras que Dios nos permite vivir. Confiar en Él y vivir con la certeza de que Él siempre nos dará lo que necesitamos en cada circunstancia, de que Él estará a nuestro lado todos los días hasta el fin del mundo, es la manera de vivir en verdadera paz. Esta paz no depende de estar exentos de circunstancias adversas. Es más, es la única manera de afrontar dichas circunstancias.

Las intenciones del Papa Francisco es por una cultura de la paz y la no-violencia. Profesar la fe católica hoy en día no es nada fácil: estamos pasando por tiempos en los que somos perseguidos, ridiculizados, violentados incluso hasta la muerte. Esto no sólo sucede en países del oriente medio, sino también en ciudades mucho más cercanas como Los Ángeles, en donde el pasado 18 de febrero el obispo David O’Connell fue asesinado en su casa. ¿Cómo podemos ser portadores de paz cuando estamos siendo objeto de tales abusos y transgresiones? Nuestra respuesta ante tales circunstancias es lo que puede cambiar el curso de la historia.

La razón de porqué la venida de Cristo marcó un antes y un después en la historia de la humanidad fue su respuesta ante el odio, el mal, el pecado: entregarse a Sí mismo para terminar con la cadena de rencor y culpa. Sólo así se pudo poner fin al antiguo código Hammurabi “Ojo por ojo”. El final de una historia violenta sólo se consigue con el perdón verdadero y el deseo de no devolver el mal con mal.

A veces el proceso de perdonar es lento, e incluso, parece imposible de conseguir. La invitación de Jesús para evitar que se turbe nuestro corazón pensando en cómo debería ser la apropiada reparación, y de no acobardarnos ante los sentimientos que el dolor, la pérdida y mal despiertan en nuestro interior, son una excelente guía para pedir perdón y para perdonar. Aquí se vuelve indispensable aprender a confiar en Dios, en sus tiempos y en su forma de hacer las cosas en nuestra vida. Sin esto, la paz seguirá siendo una mera utopía o un estado dependiente de circunstancias externas fuera de nuestro control.

Para construir una cultura de paz hay que perdonar. Para perdonar hay que confiar en Dios. Para confiar en Dios basta con querer hacerlo, ese ya es el primer paso. Él siempre nos dará los medios para continuar. Esta es la manera de vivir y ser testigos del poder omnipotente de nuestro Dios.

Hoy, en este momento, te invito a rezar un Padre Nuestro por nuestros enemigos y para que nuestro corazón se abra a recibir el don del perdón.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.