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 | Por Cristina Umaña Sullivan

Sin vuelta atrás: Una historia de la vida real

La siguiente es la historia de una conversión frente a la Eucaristía que tuvo una joven de 19 años. La persona que compartió este testimonio pidió no publicar su nombre o dar ningún detalle que revele la identidad de las personas involucradas.

Ella quiso compartir su experiencia para motivar a los lectores a que se acerquen a la adoración eucarística con el corazón abierto y sin temor a mostrar sus miserias: “No hay nada que Cristo no sepa acerca de lo que hemos hecho, somos nosotros los que no sabemos todo lo que él puede hacer”. Ella me contó su historia:

“Eran las 2:30 de la mañana y estaba sumida en un sueño reparador. En ese momento entró una de las niñas que también estaba viviendo la experiencia de misiones esta semana. Me sacudió y me dijo que era mi turno de ir a la capilla de adoración. Me levanté y, arrastrando los pies, entré a la capilla. Me arrodillé y miré a la Eucaristía que estaba siendo expuesta, hice un par de oraciones que me sabía de memoria y me senté en la banca, la cual era tan dura que iba a evitar que me durmiera otra vez.

“No sabía qué podía hacer durante un hora entera en aquel lugar, suspire resignada y volví a mirar a la Eucaristía. De pronto vi que a mi lado había un papel que decía ‘Imagina que Jesús está aquí contigo, acompañándote. ¿Qué le dirías de tu vida? ¿Qué te está sucediendo? ¿Quisieras recibir Su ayuda en algún aspecto o situación personal?’

“Esas preguntas abrieron un cajón cerrado que estaba escondiendo dentro de mí interior y que quería ignorar, al menos durante esa semana. Me puse de rodillas otra vez y traté de respirar profundo para tranquilizarme, pero las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas. La verdad era que en mi vida cotidiana yo no estaba practicando nada de lo que estaba viviendo en esta nueva experiencia de misiones. 

“Hacía años que estaba llevando una vida falsa y me acostumbré a ocultar de mis padres, e ilusamente de Dios, lo que hacía cuando me juntaba con mis amigos y compañeros. Las mentiras eran el pan de cada día en mis relaciones más importantes, especialmente en la relación conmigo misma. Además, estaba sumida en una obsesión con la apariencia física que me estaba llevando a un punto sin retorno de enfermedad y vanidad.

“No recuerdo muy bien qué pasó después, sólo me acuerdo que no pude parar de llorar. No sé quiénes entraron y quiénes salieron de la capilla, tampoco sé si alguien se sentó a mi lado. La verdad sólo recuerdo llorar amargamente el hecho de que mi vida no tenía el mismo sentido ni la misma dirección de lo que estaba viviendo aquella semana; yo era muy distinta a las personas llenas de Cristo que estaba conociendo y que irradiaban una alegría sumamente contagiosa. Cuando finalmente pude calmar mi llanto miré el reloj: eran las 5:00 de la mañana. No lo podía creer. ¿A dónde se fue el tiempo? Este par de horas se sintieron como unos pocos minutos.

Alcé la mirada hacia la Eucaristía y con toda la honestidad le pregunté a Jesús: ‘¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué, de todas las niñas buenas y congruentes con la fe, me escogiste a mí y me trajiste a este lugar?’ Él me respondió en el silencio del corazón y en la grandiosidad de su presencia: ‘Porque te amo. Déjame tus problemas; deja que yo me encargue de ellos. Tú preocúpate por amarme y por amarte a ti misma como yo te amo’. 

“Después de esta noche mi vida cambió radicalmente: la gran obsesión se esfumó por completo y las mentiras que sostenían mis relaciones salieron a la luz. Ya no había vuelta atrás, lo que había delante de mí era el camino de amor y perdón que Cristo me tenía preparado”.