¿Quién es el Mesías para mí?
El Domingo de Ramos es una fiesta muy particular: la celebración comienza con la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, y como Iglesia, empezamos esta fiesta fuera del recinto para entrar con alabanza y júbilo agitando los ramos bendecidos. Sin embargo, la lectura que hacemos del Evangelio es la Pasión y muerte de Nuestro Señor, y esto trae un tono lúgubre debido a la injusticia que significó la muerte de Jesús. ¿Cómo sucedió este cambio tan drástico? ¿Qué hay entremedio de estas dos experiencias que fueron las que vivió Jesús durante su entrega? El Domingo de Ramos parece condensar todo el misterio de la redención en una misma celebración.
El Domingo de Ramos es una fiesta muy particular: la celebración comienza con la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, y como Iglesia, empezamos esta fiesta fuera del recinto para entrar con alabanza y júbilo agitando los ramos bendecidos. Sin embargo, la lectura que hacemos del Evangelio es la Pasión y muerte de Nuestro Señor, y esto trae un tono lúgubre debido a la injusticia que significó la muerte de Jesús. ¿Cómo sucedió este cambio tan drástico? ¿Qué hay entremedio de estas dos experiencias que fueron las que vivió Jesús durante su entrega? El Domingo de Ramos parece condensar todo el misterio de la redención en una misma celebración.
¿Cuál es la raíz del rechazo hacia Jesús? Quienes lo aclamaron al entrar a Jerusalén son los mismos que gritaron a Pilato: “¡Crucifícalo!” ¿Por qué? Es importante reflexionar sobre esta experiencia porque puede ser que hoy, en nuestra vida, también tengamos falsas expectativas sobre la persona de Jesús, sobre lo que suponemos que él debería hacer por nosotros y esas expectativas pueden ser erróneas y contradictorias. En esa multitud había muchos que esperaban al Mesías, pero sus expectativas eran equivocadas. La persona de Jesús no cupo en esa idea falsa que tenían acerca de cómo debía ser el Salvador: muchos pensaban que sería alguien que derrocaría el Imperio Romano, un jefe de guerra que incluso podría tener listo su propio ejército, sin embargo, el imperio permaneció en pie siglos después de la venida de Cristo. Otros pensaban que después de que viniera el Mesías ya no habría hambre, enfermedad, injusticia ni muerte, y no obstante estas realidades nos han hecho sufrir hasta el día de hoy.
Entonces, la frustración de esas expectativas les hizo perder la fe en Jesús, porque él no hizo lo que esperaban. Esta misma experiencia nos puede suceder a nosotros, y se puede agravar cuando no tenemos una clara idea de qué es lo que necesitamos, de cuál es la verdadera carencia que nos aqueja. Un buen diagnóstico es clave para solucionar el problema de raíz , y si no tenemos claridad frente a nuestro verdadero problema, nuestros esfuerzos estarán dirigidos al fracaso. ¿Cuál es nuestro problema fundamental? Es sencillo de decir pero difícil de acoger: el desarraigo interior debido al pecado. O en palabras más positivas: la ruptura con la vida de gracia. El pecado es nuestro verdadero enemigo, aquello que nos impide la felicidad. No tener clara esta realidad nos hará sentirnos insatisfechos, hasta con Jesús mismo.
Equivocarse de enemigo es luchar una batalla perdida: si los enemigos eran los romanos, pues bueno, después vinieron los bárbaros, y después otros y otros más. Si creo que mi enemigo es la pobreza, aunque me lleguen grandes riquezas, tengo la amenaza de no encontrar allí la plenitud de mi existir, porque ¿cuántos millonarios se han quitado la vida al descubrir que la riqueza era una falsa promesa de felicidad?
Jesucristo ha venido a redimirnos, a combatir a muerte al verdadero enemigo de nuestra existencia, a saciar la verdadera hambre de plenitud que tiene el corazón humano: que es la santidad. Ha venido a purificarnos desde la raíz, a elevarnos a la verdadera identidad de ser hijos e hijas de Dios. Quien espere eso de Jesús no quedará decepcionado.
En esta Semana Santa, preguntémonos: ¿Qué espero de Jesús? ¿Qué expectativas tengo del Mesías? Purifiquemos nuestra esperanza, apuntemos bien, porque quizás nuestro problema es que no sabemos lo que realmente necesitamos, y por eso no encontramos la verdadera solución. Como dice Monseñor Munilla: “No sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa”. Cristo viene a darnos la respuesta que nuestro corazón anhela: la plenitud y dignidad que sólo Dios puede darnos. Quien espera en Dios no quedará decepcionado y, en el momento de la prueba, no dirá como el resto de la multitud: “¡Crucifícalo!”, sino que cantará, “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor”.
Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.