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 | Por Jorge Gomez

Nuestros hijos y su identidad Católica

Hay libros enteros escritos sobre el tema de “la identidad”. El ser humano no descansa hasta solucionar la cuestión de su identidad. Para nuestros hijos inmigrantes, la pregunta sobre identidad es aún más compleja, ya que deben navegar la realidad de ser de dos pueblos, de dos culturas distintas. Muchos sentirán en algún momento que no son ni de aquí ni de allá, una experiencia comúnmente reportada por inmigrantes jóvenes de primera y segunda generación.

Al emigrar debemos sobrepasar mil desafíos. Uno de los más importantes es ayudar a nuestros hijos a fortalecerse dentro de su nueva cultura. Dentro del catolicismo, encontraremos respuestas sobre quiénes somos, respuestas que sobrepasan cualquier nacionalidad. Al sembrar en nuestros hijos esta identidad católica, su identidad en Dios, los ayudamos a trascender el desafío de pertenecer a dos culturas.

La identidad son esas afirmaciones sobre “quién soy yo”. Por ejemplo, “yo soy latino”, “yo soy atleta”, y hasta “yo seré doctor”. En conjunto con otros procesos psicológicos, la identidad es el centro de la toma de decisiones. Un ser humano toma miles de decisiones cada día, y la identidad trabaja silenciosamente en el subconsciente para que la mayoría de estas decisiones sean automáticas, las hagamos sin pensar. ¿Debo hacer mis tareas o no?, ¿Saludo al entrar a un espacio compartido?, ¿Qué hago cuando un amigo mío está triste y necesita ayuda? Más allá de los hábitos, más allá de la decisión consciente, es la identidad de nuestros jóvenes la que da respuesta automática a estas preguntas. La identidad afirma y les da cohesión y fuerza a sus decisiones.

Como padres, una de nuestras misiones fundamentales, que hacemos de forma consciente e inconsciente, es ayudar a nuestros hijos a formar su identidad. Al trabajar a este nivel psicológico con nuestros hijos, garantizamos llegar hasta la raíz de sus comportamientos, dándoles una base firme y estable para la toma de decisiones.

Por ejemplo, hay que decirles que son hijos de Dios. No nos podemos cansar de repetirlo.

Hay que decirles que son buenos: buenos estudiantes, buenos atletas, buenas personas, buenos hijos. Que son caballeros, damas, valientes, generosos, capaces. Más que todo hay que decirles que son amados, por sus padres y por Dios.

En la educación, usamos mucho lo que la ciencia llama el Efecto Pygmalion. El Efecto Pygmalion, comprobado a través de experimentos, demuestra que las expectativas que un docente tiene para sus estudiantes afectan el rendimiento de los estudiantes. Altas expectativas, mejor rendimiento. Bajas expectativas, bajo rendimiento ¿Por qué? Porque el estudiante internaliza las etiquetas que le pone un docente. Un docente que no tiene altas expectativas para un estudiante le transmite una identidad negativa, y tan profundo es el tema de identidad que inconscientemente todo el cerebro del estudiante reacciona a esta identidad negativa.

Ahí hay una gran lección para nosotros como padres. El proceso de crear una identidad se hace en conjunto con los que nos rodean. Necesitamos escuchar verdades sobre nosotros de boca de nuestros familiares. Esto es, decirles las verdades sobre su imagen y semejanza con Dios y su identidad como hijos de Dios.


Jorge Gomez es profesor de Ciencias Sociales e Inglés para 6 al 8 grado en Divine Redeemer School, en Hanahan. Envíele un correo electrónico a jgomez@drcs.co.