
Misericordia Divina: justicia y misericordia, ¿virtudes incompatibles?
Hablad y actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad, pues el juicio será sin misericordia para el que no practicó la misericordia. La misericordia se ríe del juicio” (St 2,12-13).
Hablad y actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad, pues el juicio será sin misericordia para el que no practicó la misericordia. La misericordia se ríe del juicio” (St 2,12-13).
Hay dos virtudes que solo Dios puede ejercer a la perfección: su justicia divina y su misericordia infinita. A simple vista, parecerían contradictorias, pues si Dios decidiera aplicar su justicia divina, nadie quedaría libre de culpa ante Él. Por otro lado, si aplicara su infinita misericordia, nadie podría ser condenado. Entonces, ¿cómo funcionan estas dos características divinas?
Empecemos con la pregunta: ¿Qué es la justicia? Algunos dicen que es la verdad. Otros sostienen que, en la Biblia, la palabra “justo” se emplea para señalar a quienes son santos, es decir, aquellos que se han adecuado al plan de Dios. Según el diccionario, la justicia es el “principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente” y también se define como “derecho, razón y equidad”. Todo esto señala que la justicia implica imparcialidad, ecuanimidad y rectitud en acciones y decisiones.
Ahora bien, ¿qué es la misericordia? Existen muchas definiciones para este término. Una de ellas la describe como la virtud que inclina el ánimo a compadecerse del sufrimiento y miseria ajenos. También se considera la práctica de la indulgencia y el perdón.
¿Cómo se pueden compaginar estas dos virtudes?
La clave para administrarlas correctamente es combinarlas, es decir, practicar la justicia al brindar misericordia y viceversa. Me explico: a veces se piensa que la misericordia es permisiva; sin embargo, estas dos actitudes son completamente opuestas. De hecho, una de las obras de misericordia es corregir a los que yerran. Fomentar el mal comportamiento, lejos de ser un acto de misericordia, es un acto de complicidad. La actitud condescendiente no ama; teme lo qué dirá la gente, teme las consecuencias de señalar y distinguir entre el bien y el mal, y teme ser rechazado.
Cuando se ama de verdad a alguien, se busca el bien real de esa persona, es decir, su salvación. Por lo tanto, amonestar a alguien, lejos de ser un acto cruel, puede ser la mejor manera de demostrarle amor.
Veamos la parábola del hijo pródigo: el padre no es permisivo con su hijo, sino que permite que este experimente en carne propia las consecuencias de sus decisiones. No sale a rescatarlo de la vida que obtuvo tras despilfarrar la gracia que le había dado como herencia. En cambio, se queda en casa, sufriendo por la ausencia y la pérdida de su hijo, pero en ningún momento incita ni aprueba el estilo de vida que este decidió seguir. Sin embargo, cuando el hijo se arrepiente y quiere volver, el padre lo recibe con un abrazo, pues reconoce la contrición de su corazón.
La permisividad impide el arrepentimiento y la toma de conciencia porque alimenta el mal comportamiento. En cambio, la justicia, que administra las consecuencias de las acciones, fomenta el verdadero acto de consciencia y, por lo tanto, promueve el crecimiento y la madurez.
Experimentar las consecuencias de los errores puede ser el mayor acto de misericordia. Ahora bien, cuando la justicia se administra sin compasión, se convierte en venganza, reforzando el círculo vicioso de la culpa e impidiendo el desarrollo y la madurez de la persona. En ese caso, lo importante deja de ser la corrección y se enfoca únicamente en la condena y el castigo. La misericordia, en cambio, busca que surja una renovación interior y un cambio positivo a partir del arrepentimiento.
Por lo tanto, la misericordia no se opone a la justicia; al contrario, el objetivo del corazón misericordioso es acompañar a la persona para que alcance la justicia, es decir, la santidad, la verdad y la plenitud. Y la justicia está al servicio de la misericordia porque permite que la verdad sea maestra de vida, convirtiéndose en una de las mejores maneras de expresar el amor verdadero.
Cuando la misericordia carece de justicia, se convierte en pusilanimidad y fomenta la degeneración de la persona. Cuando la justicia carece de misericordia, se convierte en venganza y promueve la destrucción del ser humano. La combinación de ambas virtudes es necesaria para no perder de vista la verdad, la caridad y, lo más importante, a la persona en su totalidad.
En este mes de abril, cuando celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, pidamos al Sagrado Corazón de Jesús, al Padre Eterno y al Espíritu Santo que nos enseñen a agradecer por los momentos en que hemos recibido justicia por nuestras acciones. Estas ocasiones han sido cruciales para nuestro arrepentimiento, crecimiento personal y avance en la santidad. Además, que nos enseñen a vivir la misericordia desde la verdad y con un interés genuino por nuestro bien y el de quienes nos rodean.
Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural y se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años, con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Puede contactarla a través del correo electrónico fitnessemotional@gmail.com.