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Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo – Febrero 2025

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Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Al continuar nuestra misión de compartir la Buena Nueva este año, quiero destacar especialmente la relación entre la limosna y la evangelización. Cuando tendemos una mano amiga a un vecino o contribuimos a las necesidades de nuestras parroquias, abrimos una ventana en los corazones y mentes de aquellos que no comparten nuestra fe, permitiendo que el aliento y la luz del Espíritu Santo transforme nuestras comunidades. A través de la limosna, uno de los tres pilares de la Cuaresma junto con la oración y el ayuno, podemos ser instrumentos de sanación, provisión y protección para los demás.

Desde el Antiguo Testamento, nuestra fe tiene una rica historia y tradición de dar. Cristo amplió las enseñanzas de la ley y los profetas durante su ministerio terrenal. A través de su pasión y muerte, aprendemos que el acto más meritorio que podemos realizar es ofrecer nuestras vidas por el bien de los demás, como lo hizo Jesús. Aunque la mayoría de la humanidad no está llamada a soportar el martirio, aún podemos ser un regalo para los demás siendo generosos con nuestro tiempo (Mt 5,21), renunciando a los bienes mundanos (Lc 18,22) y orando por nuestros hermanos y hermanas (Fil 1,9-11).

Después de la triunfante resurrección y ascensión de Cristo, los Apóstoles continuaron predicando la sabiduría sobre nuestro llamado a dar. San Pablo destacó la alegría que debemos experimentar al dar limosna: “El que siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Que cada uno dé como lo haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7). Esto fue resumido por un gran Padre de la Iglesia, San Máximo el Confesor: “Una mente caritativa no se muestra simplemente dando dinero; se manifiesta aún más a través del servicio personal y de la comunicación de la palabra de Dios a los demás”. Al hacer esto, participamos en la transformación de una sociedad injusta y en la construcción del Reino de Dios.

¡No hay alegría que se compare con la de compartir a Cristo con los demás! Les agradezco por abrazar nuestra vocación cristiana común de llevar el don de la Palabra Viva a todos los que encuentran. ¡Adelante, son enviados!

“Que vuestra caridad y celo muestren cuánto amáis a la Iglesia” (San Juan Bautista de La Salle).

En el amor de Cristo,

Excmo. Mons. Jacques Fabre-Jeune, CS

Obispo de Charleston