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 | Por Obispo Jacques Fabre-Jeune, CS

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo – abril 2024

Cuando nuestro Señor Jesús entregó desinteresadamente su vida en el madero de la cruz, los apóstoles se quedaron sin su presencia guiadora entre ellos. Debió de sentirse como la peor calamidad posible: su líder, maestro y rabino había muerto. Su esperanza se desvaneció. Cada uno debió enfrentarse a la desesperación por lo que pensaban que era el final de la gloriosa venida del Mesías. Se escondieron y se encerraron, temiendo por sus vidas y reflexionando sobre el significado de las promesas de Cristo.

Al igual que los apóstoles y las mujeres que temían que se hubieran llevado a Jesús, cada uno de nosotros experimenta ansiedades y temores. Es fácil desanimarse cuando no oímos claramente la voz del Señor en nuestros corazones y mentes.

Recuerden que, al tercer día, María Magdalena y la otra María fueron al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús. En cambio, encontraron el sepulcro abierto y vacío. Entonces se encontraron con el Salvador resucitado, vivo y glorificado. En aquel momento y ahora, Jesús nos reconforta: “No teman” (Mt 28, 10). Reiteró estas palabras cuando apareció por una puerta cerrada ante sus amigos: “La paz esté con ustedes” (Jn 20, 19)

No hay carga a la que nos enfrentemos en esta vida en la que nuestro Señor Resucitado no esté con nosotros. Podemos superar muchas cosas cuando nos entregamos plenamente a Jesús, en quien encontramos nuestra plenitud y nuestra fuerza. Los animo a buscarlo en el santo sacrificio de la Misa, en los sagrarios donde habita y en los rostros de quienes, como nosotros, afrontan miedos y pruebas. Ánimo, amigos míos. ¡Depositen en él sus preocupaciones, pues ha resucitado!

Rezo para que ustedes y sus seres queridos pasen una Pascua sagrada y llena de bendiciones.

En el amor de Cristo,

Excmo. Mons. Jacques Fabre-Jeune, CS

Obispo de Charleston