
Miércoles de Ceniza: Escondernos para encontrar la luz
¿Sabes de qué está hecha la ceniza que se coloca en la frente el Miércoles de Ceniza al inicio de la Cuaresma? Este polvo se hace quemando las palmas del Domingo de Ramos de años anteriores, estampas religiosas, objetos bendecidos que se han atrofiado, la ropa de las figuras del Niño Dios y otros santos que ya no se usan o están deteriorados.
¿Sabes de qué está hecha la ceniza que se coloca en la frente el Miércoles de Ceniza al inicio de la Cuaresma? Este polvo se hace quemando las palmas del Domingo de Ramos de años anteriores, estampas religiosas, objetos bendecidos que se han atrofiado, la ropa de las figuras del Niño Dios y otros santos que ya no se usan o están deteriorados.
Estos objetos se queman utilizando únicamente un cerillo o fósforo porque no se permite usar líquidos combustibles. Una vez todo está quemado, se trasladan las cenizas a otro recipiente en el que se puedan moler con un mortero de piedra o de metal; se trituran y se ciernen hasta que quede un polvo fino. Esta ceniza se bendice en la primera celebración del Miércoles de Ceniza, la cual año tras año nos recuerda que “somos polvo y al polvo volveremos”.
¿Cómo podemos vivir de tal manera que tengamos presente lo verdaderamente importante, en lugar de distraernos con realidades que son mero polvo? “Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo” (Mt 6,1). Con esta frase, Jesús nos da la clave: vivir de cara a Dios. Si das limosna, que nadie te vea, incluso que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda. Cuando reces, no lo hagas llamando la atención, sino aléjate a tu cuarto para orar. Si ayunas, no alardees de tu sacrificio. La clave para una verdadera penitencia es no practicar la justicia públicamente, porque el culmen de la conversión es entrar en la presencia de Dios, vivir ante él y responder a su llamado. De esto se trata la paradoja de escondernos para encontrar la luz que nunca se apaga.
Para lograr lo anterior, se requiere que nos liberemos de la mirada del mundo, el cual ejerce una gran influencia sobre nosotros. Se trata de emanciparnos de la vanidad y de la vanagloria. Estamos hechos para buscar (y encontrar) la gloria de Dios, y la vanagloria nos distrae completamente de la finalidad de nuestra vida.
Debemos rectificar nuestra intención para que todo lo que hagamos sea para la gloria de Dios. Dejemos de vivir para alardear, para ser vistos y aplaudidos, incluso para ser aceptados y comprendidos por los demás. Purifiquemos nuestra intención, vivamos libres de vanidades y escapémonos de la influencia que el mundo quiere imponer en nosotros.
Recordemos lo que Jesús le dijo a San Pedro, y a nosotros, “… tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mt 16,23). Sin darnos cuenta, la influencia de este mundo es tan absorbente que, poco a poco, asumimos sus triviales ideales, lo que afecta nuestra sensibilidad, nuestra forma de pensar, de juzgar y de sentir. El reproche que Jesús le hizo a Pedro nos lo hace a cada uno de nosotros.
La Cuaresma es un tiempo para ponernos en presencia de Dios porque, como bien sabemos, es una llamada a la conversión. Arriesguémonos a contrastar nuestros pensamientos con los pensamientos del Evangelio.
Alguna vez le escuché a un sacerdote el siguiente ejemplo de lo que significa la mundanización: Imagina que a tu ordenador le entra un virus, ya sea por un archivo que has descargado, por un correo malintencionado o por alguna otra vía. Antes de darte cuenta, tu ordenador ya no funciona de la manera que deseas, sino que opera bajo los parámetros del virus.
Recordemos que uno de los tres enemigos del ser humano es el mundo (los otros dos son el demonio y la carne). Esto mismo sucede con nosotros cuando, sin darnos cuenta, asumimos la forma de pensar de un mundo cuyos criterios no son evangélicos. Es por eso que el tiempo de Cuaresma es tan valioso: nos invita a hacer un alto en el camino para sopesar nuestro rumbo y reajustar nuestras prioridades. Es el momento de revisar nuestro ordenador interior para ver si hay algún virus que debemos extraer.
Las siguientes son algunas preguntas de reflexión que nos pueden ayudar a reordenar nuestro camino: ¿Mi propósito de vida es obtener el aplauso de los demás y asegurarme un lugar privilegiado en este mundo? ¿Quiero que el Evangelio sea la ruta que configure mi vida, mi sentir, juzgar y actuar? ¿Quiero vivir a conciencia en la presencia del Señor?
Este tiempo es una llamada a la conversión y a la penitencia con el fin de prepararnos para vivir en la verdadera gloria. ecordemos que somos polvo y al polvo volveremos. El único camino que nos ofrece una vida plena y llena de sentido es el que Jesucristo nos mostró al recorrer el camino hacia la gloria de su resurrección. ¡Una Cuaresma bendecida!