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 | Por El Padre Stan Smolenski

Las maravillas de la Inmaculada Concepción

Con la devoción de nuestro nuevo obispo a María, y las oraciones de su madre a la Inmaculada Concepción para que lo salvara de niño, nos maravillamos de nuestra Santísima Madre.

“¡Yo soy la Inmaculada Concepción!” fue la sorprendente identidad que la joven dio con voz temblorosa a Santa Bernardita Soubirous en la gruta de Lourdes, Francia, el 25 de marzo de 1858. Usualmente se habla de María concebida sin pecado, pero aquí conecta esta gracia única con su propio ser.

Los teólogos tardaron siglos en analizar el grado de santidad de la Madre de Cristo, a la que el ángel Gabriel se dirigió como “llena de gracia”. Ella siempre fue venerada como extremadamente santa debido a esa relación y a su cooperación en la salvación de la humanidad. No fue hasta el siglo XIX cuando la Iglesia llegó a la claridad necesaria para proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción.

Y así lo hizo el Beato Papa Pío IX en 1854: “La Santísima Virgen María fue, desde el primer momento de su concepción, por una gracia y privilegio singulares de Dios todopoderoso, y en virtud de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, preservada inmune a toda mancha de pecado original”. Los méritos previstos de su Hijo permitieron su redención de manera tan exaltada.

El Espíritu Santo formó su corazón y alma sin que le impidiera ninguna imperfección. Esto era necesario porque no sólo iba a ser su madre, sino que también iba a estar a su lado en nuestra redención. Esto es evidente por su presencia influyente en Caná, registrada en Juan 2 donde a su petición Jesús convirtió el agua en vino. Lo más importante, ella debía ser la Nueva Eva con el Nuevo Adán en el Calvario, deshaciendo el mal causado por el pecado original del primer Adán y Eva. Asunta al cielo, ahora Mediadora de toda gracia, ella distribuye los beneficios de la salvación.

La declaración del dogma de la Inmaculada Concepción fue preparada por la misma Nuestra Señora. En 1830, se le apareció a Santa Catalina Labouré en su convento de París con instrucciones de elaborar una medalla con su imagen rodeada de las palabras: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”. Esta medalla fue tan eficaz que pronto se conoció como la Medalla Milagrosa.

Por lo tanto, la aparición de María en Lourdes confirmó el dogma y amplificó la importancia de su concepción privilegiada. ¿Por qué ella apareció allí con rosas en sus pies? Las flores están destinadas a embellecer los lugares. Las madres reciben ramilletes el Día de la Madre. ¿Pero quién se pone una rosa en los dedos de los pies?

La Virgen hace las cosas con inteligencia, así que debe haber una razón. Este desconcierto se resolvió al leer a través de Isaías 52, 7: “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia!” La Virgen utilizaba imágenes bíblicas en sus mensajes.

Eso respondía a la razón por la que hablaba desde un nicho de aquella enorme roca. La Escritura habla de rocas en el Antiguo y Nuevo Testamento. Moisés golpeó una roca y salió agua a borbotones (Nm 20, 11). San Pablo comparó a Cristo con esa roca, pero que da bebida espiritual (1 Co 1, 4). Esto nos lleva a Cristo crucificado, quien fue traspasado en su lado del cual fluyeron sangre y agua (Jn 19, 34), significando la gracia por la cual nace la Iglesia.

Así pues, María, como Inmaculada Concepción, ejemplifica a la Iglesia en su perfección surgida del corazón herido de Cristo. El agua milagrosa que fluye de la gruta de Lourdes encaja bien en esa imagen.

“Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 25-27).

Lourdes es el santuario internacional de la Inmaculada Concepción. Su magnífica basílica, en Washington, D.C., es nuestro santuario nacional que conmemora la consagración de este país a ella bajo ese título. El icono de Nuestra Señora de Carolina del Sur -Nuestra Señora de la Gozosa Esperanza-, en nuestro santuario diocesano de Kingstree, la representa aplastando la cabeza de la serpiente, simbolizando el protoevangelio anunciado en el Jardín del Edén. Esto se entiende como la misión de la Inmaculada Concepción.

San Pablo afirma que Cristo es el poder y la sabiduría de Dios (1 Co 1, 24). Esto significa que todos los misterios de nuestra fe participan de alguna manera en estas gracias. La sabiduría inherente a la Inmaculada Concepción fue declarada en su dogma. Varios santos descubrieron el poder de la Inmaculada Concepción y animaron sus apostolados consagrados a este misterio. Uno de ellos fue San Maximiliano Kolbe. Se enteró de la conversión de un banquero anticatólico al que se le apareció la Inmaculada Concepción en Roma. Eso lo inspiró a formar los Caballeros de la Inmaculada, un movimiento para la conversión de los enemigos de la Iglesia.

Todos podemos beneficiarnos de esta sabiduría y poder invocando frecuentemente a María.


El padre Stanley Smolenski, spma, STL, MDiv, es director diocesano de Programas Marianos y del Santuario de Nuestra Señora de Carolina del Sur. Es un ermitaño canónico bautistino, en Kingstree. Escríbele un correo electrónico a ssmolenski@charlestondiocese.org.