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 | Por Sister Guadalupe Flores, OLVM

La Vida Consagrada

Madre Espiritual

En la historia de la Iglesia siempre ha existido la vida religiosa que fue y es un pilar que ayuda a sostener y mantener una fe viva en Cristo en todas los creyentes. El Papa Francisco, desde su inicio en su pontificado, nos invita a todas las religiosas a vivir el voto de la castidad fecunda, engendrando hijos e hijas espirituales dentro de la Iglesia. Puesto que la maternidad no es solamente un asunto biológico, sino que también es espiritual.

La maternidad espiritual tiene una relación muy profunda con nuestra consagración. Desde el inicio de nuestra llamada a la vida consagrada, estamos llamados a acoger, servir y acompañar a todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Damos vida a nuestra feminidad por aquel quien nos ha llamado a amar sin medida y entregarnos con un corazón abierto en todas las situaciones que nuestros hermanos y hermanas nos necesiten. Cuando las personas vienen a nosotras y nos comparten sus preocupaciones y aflicciones, nosotras los escuchamos con empatía y hacemos nuestros todos sus problemas y con muy pocas palabras les hacemos sentir que ellos nos importan. Les damos paz y esperanza y, al mismo tiempo, nos convertimos en madres espirituales.

En nuestro caminar, encontramos muchas personas que vienen a nosotras por ayuda. Dios es quien nos está llamando por este medio a desarrollar nuestra maternidad. A partir de este llamado, somos capaces de amar a los más necesitados, desprotegidos, desconsolados y abandonados, por lo que llegamos a ser madres espirituales.

Ser madre biológica es estar abierta a recibir y ver crecer una vida en su seno y para acogerlo y amarlo.  Toda mujer que sabe dar vida cuida responsablemente al ser que se va formando en su vientre.

Nuestra maternidad espiritual está abierta a acoger a todas aquellas personas que el Señor pone en nuestro camino porque nosotras somos capaces de acompañar a cada hijo o hija que el Señor nos ha dado.

Por lo tanto, para que nosotras sepamos abrazarlos en todo momento y porque los hemos acogido en nuestro corazón, sufrimos con su dolor, gozamos con sus alegrías y estamos presentes para caminar junto con ellos, como una madre lo hace con el hijo de sus entrañas.

Toda mujer sufre cambios físicos en su cuerpo durante el embarazo y esto lo experimenta con alegría y esperanza porque dará a luz una nueva vida. En cambio, la mujer consagrada experimenta el gozo en la castidad consagrada, que no es falta de amor, sino la plenitud del mismo que da frutos en abundancia. Las mujeres consagradas manifestamos nuestra fecundidad espiritual, escuchando la voz de Dios en la oración contemplativa, para acompañar y colaborar en la formación de una nueva humanidad que sea capaz de comprometerse en la construcción del reino de Dios.

Ser madre espiritual es entregarse incondicionalmente al crecimiento espiritual de las personas. Sabiéndonos amadas por Dios, somos capaces de transmitir este amor a todos. Nuestro vivir desde Dios, con Dios y en Dios, nos hace capaces de amar libremente a nuestro prójimo. Nuestra entrega a Cristo nos exige a trabajar en la conversión y salvación de nuestros hermanos y hermanas. Este es el misterio de la maternidad espiritual: dar vida para la salvación eterna. Que María, nuestra madre que acogió el verbo eterno en su seno, nos ayude e interesada por cada una de nosotras para que seamos verdaderas madres espirituales en este mundo dividido y roto por falta de amor y esperanza.


La hermana Guadalupe Flores, OLVM, es la coordinadora de Formación de Fe de Adultos para la oficina del Ministerio Hispano. Envíele un correo electrónico a gflores@charlestondiocese.org.