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 | Por Cristina Sullivan

La tercera venida de Jesús: Una preparación para el Adviento

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“Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

Alguna vez escuché a un sacerdote dando una meditación acerca de la tercera venida de Cristo. Nosotros, como Iglesia, conocemos dos: la primera que fue hace más de 2000 años cuando se hizo hombre, la segunda que será en su regreso glorioso. En ninguna de estas oportunidades se pide nuestro consentimiento u opinión, porque son decisiones tomadas por Dios desde toda la eternidad.

La primera vez vino para ser camino, verdad y vida. La segunda vez vendrá para ser juez al final de los tiempos, momento en que comenzará nuestra resurrección en cuerpo y alma en la vida eterna, en la plenitud del amor. ¿Cuándo sucederá? Nadie lo sabe, sólo el Padre.

La tercera venida de Cristo es entre estas dos: es su venida a nuestros corazones. Es la única llegada en la que sí se nos pide nuestro consentimiento personal, nuestra opinión, nuestra voluntad. Esta venida tiene una promesa puntual y precisa: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23). Este “iremos” es una promesa de Dios y él cumple su palabra a cabalidad.

Convertirnos en morada de Dios es una invitación que podemos aceptar o rechazar. Él está llamando a nuestra puerta y permanece a la espera de que nos abramos a su presencia para cenar con él. Lo más bello del Adviento es que es la preparación perfecta para aceptar su venida personal a nuestro corazón.

Las gracias que recibieron las personas que vivieron en el momento histórico cuando nació Jesús son las mismas gracias que nosotros podemos recibir en cada Navidad. Es lo mismo que sucede en cada Eucaristía: no es un mero recuerdo de la entrega de Cristo, es una renovación no sangrienta de su sacrificio por nosotros.

Pero si no le abrimos la puerta de nuestro corazón, Dios no entra porque respeta el don sagrado de la libertad que nos regaló. Cada uno de nosotros tiene la llave de su corazón, nadie más. Lo único que Dios no puede forzar es un corazón porque Dios es Señor de todo menos de nuestra libertad, a menos que nosotros (libremente) le permitamos serlo.

Estamos a punto de comenzar el Adviento el 30 de noviembre. Es la época en que recordamos el anhelo del pueblo de Israel antes de la llegada del Mesías, cantando y suspirando por la venida del Salvador. Entonces, los que ya están convertidos, los que estamos en proceso, los que tienen dudas, todos podemos abrir nuestro corazón y recitar como lo hizo el pueblo de Israel: “Ven pronto, Dios mío; tú eres mi ayuda y mi libertador, ¡no tardes, Señor!” (Sal 70,6).

Disponer nuestro corazón a la tercera venida de Cristo nos permite saborear de antemano los dones y gracias que recibiremos en la segunda venida de Cristo durante su parusía (en griego παρουσία, que significa llegada, venida o presencia). Permitamos que Cristo nazca en nuestros corazones para que more en nosotros junto con el Padre y el Espíritu Santo. 

Recordemos que Cristo también toca a nuestra puerta con las manos de nuestros hermanos necesitados, de los enfermos, de los que se encuentren solos. La voz de los que sufren es la voz de Cristo. No nos hagamos los de oídos sordos y de duro corazón: abramos nuestra puerta para aliviar el dolor de Cristo reflejado en nuestros hermanos. Preparemos nuestro interior como prepararíamos nuestro hogar para la llegada del mejor de los comensales. Recibamos al huésped de nuestra alma, a nuestro creador, a Cristo salvador: es la mejor manera de prepararnos para esta Navidad y para este año nuevo que comenzamos.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.