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 | Por Jorge Villamizar

La sabiduría nos pide un mundo en paz

La Iglesia tiene un gran cofre de sabiduría para alimentar las almas de sus feligreses.

¿Y qué es la sabiduría? Como dice el Señor: “Los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos” (Is 55, 8). El ser humano con su lógica y sus reflexiones no es capaz de acercarse a los pensamientos de Dios que nos dice: “Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (Is 55, 9). Es así como la sabiduría puede entenderse como esa luz divina, ese acompañamiento del Espíritu Santo que ayuda a guiar nuestra vida para que no seamos esclavizados por nuestros pensamientos, que son pobres e incapaces de discernir los caminos que conducen a la vida eterna. Por ejemplo, el hombre justifica y da mil pretextos bien razonados para ir a la guerra, pero la sabiduría de Dios, con su máxima expresión en el ejemplo de Jesucristo, nos pide la paz. A esa meta, de imitar la paz de Cristo, nos llama el Papa Francisco con su insistencia a crear una cultura de paz.

La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos nos pide que la paz que propone el Papa Francisco empiece en nuestros corazones y en nuestras comunidades, especialmente si tenemos en cuenta las profundas heridas que hemos causado y sufrido a lo largo de la historia como humanidad. En su carta pastoral, Abramos Nuestros Corazones: El incesante llamado al amor - carta pastoral contra el racismo, los obispos disertan sobre el racismo y la exclusión de personas por su raza u origen étnico, y proponen un camino de conversión que traiga paz y encuentro cultural a nuestra sociedad. En este camino, podemos aprender a vivir en paz al comprender y celebrar las diferencias humanas que, en última instancia, son evidencia de la inmensurable belleza y amor de Dios Padre que se expresa de múltiples formas al dejar su huella divina sobre toda la creación.

Los obispos dicen que “el racismo ocurre porque la persona ignora la verdad fundamental de que, al compartir todos los seres humanos un origen común, todos son hermanos y hermanas, todos igualmente hechos en imagen de Dios”. ¿Cómo serían de diferente las relaciones de los países si pudiéramos reconocernos como hermanos? ¿Cómo serían de diferentes las vidas de tantas personas si las políticas migratorias y culturas los reconocieran como hermanos?

¿Y qué sabiduría nos comparten los obispos para llegar a esta meta? Es muy simple pedir la paz y la hermandad humana, pero ¿cómo se logra? Los obispos proponen la humildad y el reconocimiento de nuestros errores como el primer paso, para que de esa forma podamos “‘caminar humildemente con Dios’ reconstruyendo nuestras relaciones, sanando nuestras comunidades y trabajando para moldear nuestras políticas e instituciones para el bien de todos”. El documento advierte que, aunque la mayoría de las personas no se consideran racistas, muchos tenemos prejuicios que nos llevan a “ver a algunas personas como ellos y a otras como nosotros”. Este prejuicio mental se traduce en “actitudes de desconfianza, impaciencia, enojo, angustia, incomodidad, o rencor” en contraste con los frutos del Espíritu Santo que brotan en relaciones guiadas por el amor y que redundan en la paz que ya hemos comentado.

De hecho, los obispos dan el primer ejemplo de humildad y conversión, dedicando una sección de la carta pastoral a describir todas las formas en la que la misma Iglesia ha sido promotora y cómplice del racismo en el pasado. Describen como, “no hace tanto, en muchas parroquias católicas, las personas de color eran relegadas a asientos segregados, y se les requería que recibieran la Sagrada Eucaristía después de los feligreses blancos. Demasiado a menudo, los líderes de la Iglesia han guardado silencio sobre la horrible violencia y otras injusticias raciales perpetradas contra afroamericanos y otros”.

En mi trabajo con estudiantes, he visto que este mensaje de humildad y renovación de la Iglesia frente a estas difíciles realidades atrae a estas almas jóvenes y les inspira una sabiduría especial para distanciarse de tantos enemigos de nuestra fé y de la Santa Madre Iglesia. Los jóvenes tienen un don especial para reconocer la verdad o la hipocresía en sus guías, y en este documento la Iglesia les comunica con claridad que está dispuesta a ser testimonio de conversión, aceptación y reparación de errores pasados.

¿Y nosotros? ¡Si nuestros obispos pueden decir “también es mi culpa!” en una forma pública y clara, no nos quedemos cortos y sigamos este ejemplo de sabiduría. Es labor de todos y cada uno de nosotros trabajar por una cultura de paz, por reconocer la verdad, dejar de levantar muros y construir puentes en nuestras comunidades. Recordemos que el mayor aprendizaje no ocurre en la mente sino cuando hay una transformación del interior.

San Pablo nos dice, “Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en él para alcanzar la Vida eterna” (1 Tim 1, 15-17).Yo también admito que ha sido mi culpa, y espero poder dar pasos adelante al lado de nuestra santa Iglesia en este camino de conversión.


Jorge Gomez Villamizar es director de alcance comunitario en Bishop England High School en Daniel Island. Envíele un correo electrónico a jvillamizar@behs.com.