
La Ascensión es nuestra gran victoria
Jesús, antes de despedirse definitivamente de los discípulos y las mujeres, los va preparando para ese momento diciéndoles: “Les conviene que yo me vaya”. Les pide que guarden sus corazones de congoja, prometiéndoles que su tristeza se convertirá en gozo.
Jesús, antes de despedirse definitivamente de los discípulos y las mujeres, los va preparando para ese momento diciéndoles: “Les conviene que yo me vaya”. Les pide que guarden sus corazones de congoja, prometiéndoles que su tristeza se convertirá en gozo.
Estas palabras abren la puerta a un gran misterio: ¿qué significa la Ascensión para Jesucristo? Es la plenitud y culmen de la glorificación que empezó con su resurrección. Cristo se despojó de su rango de Dios y, lejos de alardear de su divinidad, se hizo pasar por uno de tantos en sencillez y pobreza. Entonces, después de su sacrificio, ha llegado el momento de regresar a los cielos. Volver a sentarse a la derecha del Padre, de donde había partido para venir a salvarnos es su mayor glorificación, porque significa que cumplió su misión con suma obediencia y perfección: la de ser nuestro salvador.
¿Qué se espera de nosotros para vivir el misterio de la Ascensión? Los discípulos no supieron interpretar ese momento; incluso le preguntaron si había llegado la hora en que se iba a restaurar la soberanía de Israel. Esta pregunta demuestra la poca claridad para comprender lo que estaba sucediendo. ¿Cuál es la respuesta de Jesús? “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad”. Con esto, deja claro que ninguno de nosotros puede pretender conocer, y mucho menos controlar, los tiempos de Dios. Nuestra función no es administrar la providencia divina, y esta fiesta es una invitación a rendirnos a nuestro afán de inspeccionar el proyecto divino y dejar que Dios sea Dios. Nuestra misión es alabarlo, bendecirlo, y si queremos llevar a cabo una tarea más activa, entonces intentemos obedecerle de todo corazón y confiar en Él sin dudar.
Sin embargo, Cristo no nos deja sin conocimiento ni sin rumbo; todo lo contrario, nos dice que “recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos”. Con esto, nos invita a confiar en que, cuando llegue el momento y estemos preparados, tendremos la luz necesaria para afrontar nuestro llamado. Descansemos en el conocimiento de que recibiremos la fortaleza que ahora nos falta. Nuestro corazón es frágil y se atormenta fácilmente, en especial cuando no tenemos las cosas bajo control.
Es entonces cuando nos ahogamos en la angustia e incluso en el desespero, preguntándonos: ¿cómo lo lograré? ¿Seré capaz? ¿Tendré ayuda? ¿Las cosas cambiarán? Cristo nos dice que llegado el momento, recibiremos la fuerza del Espíritu Santo y sabremos cómo afrontar las adversidades, en especial el reto más grande de nuestra vida: el de ser testigos y dar respuesta de nuestra fe.
Alejémonos de nuestras incapacidades e ignorancias; tengamos fe en que, en el momento adecuado, sabremos qué decir y cómo actuar, porque el Espíritu Santo es la gran promesa del Padre y del Hijo. Cristo mismo lo dijo claramente: “Les conviene que yo me vaya”. De esta manera, nos confirma que ahora es nuestro turno de volvernos como el Hijo, de abrazar nuestro llamado y de dejarnos formar y guiar por el Espíritu Santo. Es nuestro turno de vivir nuestro camino de resurrección para que compartamos con el Hijo la glorificación que Él está viviendo desde el momento de la Ascensión. Descansemos en que Dios nos dará la gracia y el Espíritu Santo nos asistirá. Esta es la respuesta de Cristo para que comprendamos su marcha a los Cielos. Evitemos caer en la tentación de querer comprender los tiempos y las fechas que el Padre ya tiene reservadas para nosotros. Confiemos en la promesa de que gozaremos de la fuerza del Espíritu llegado el momento.
¿Cuál tiene que ser nuestra actitud ante la partida de Jesús? Cuando Jesús asciende, aparece una figura de un hombre vestido de blanco que pregunta a los discípulos: “¿Por qué siguen mirando al cielo?”. Esta figura es una invitación a dejar atrás la nostalgia y ponerse en camino. Además, nos recuerda que Jesús volverá de la misma manera que se ha ido.
Ahora es el momento de prepararnos para recibir el don del Espíritu en compañía de María y de toda la Iglesia; revistámonos de la esperanza necesaria para construir el Reino de Dios luchando contra la tristeza y el pesimismo. A pesar de los momentos de incertidumbre, debemos aferrarnos a la certeza de que el Reino de Dios se sigue abriéndose paso y de que Dios nunca fracasa.
La mejor manera de vivir la Ascensión es sabiendo que la victoria final es de Cristo y que ya está asegurada. El triunfo es nuestro porque donde Él está, nosotros también llegaremos . Hagamos de la Ascensión nuestra meta de vida pues no podemos aspirar a más, pero no nos conformamos con menos: que la victoria de Cristo sea también nuestra.