Es el momento para una reforma migratoria
La familia Gomez
La familia Gomez
El inmigrante aporta oxígeno para el torrente sanguíneo de Estados Unidos.
Al país han llegado en diferentes oleadas inmigrantes de Inglaterra, África, Hungría, Italia, Polonia, Alemania, Irlanda, Filipinas, China, Japón, y muchos más. Con cada nueva ola, el país se ha enfrentado a preguntas complicadas sobre su identidad y futuro. Necesidad, esperanza, miedo, y aventura siempre han sido las experiencias migratorias, tanto para los que llegan como para los que los acogen.
El inmigrante aporta oxígeno para el torrente sanguíneo de Estados Unidos.
Al país han llegado en diferentes oleadas inmigrantes de Inglaterra, África, Hungría, Italia, Polonia, Alemania, Irlanda, Filipinas, China, Japón, y muchos más. Con cada nueva ola, el país se ha enfrentado a preguntas complicadas sobre su identidad y futuro. Necesidad, esperanza, miedo, y aventura siempre han sido las experiencias migratorias, tanto para los que llegan como para los que los acogen.
A Ellis Island, la isla en las frígidas aguas de Nueva York, llegaban los inmigrantes europeos pasando debajo de la antorcha de la Estatua de la Libertad. Ahí las paredes cuentan sus historias. Ellos, con su puño y letra, escribían y dibujaban en ellas mensajes sobre lo que dejaban atrás, y sus esperanzas para el futuro. Escribían sobre sus temores, y la espera interminable en la isla que podría resultar en acceso a un nuevo mundo, o un rechazo por las autoridades que los mandaran de vuelta a través del atlántico.
Hoy día, el espíritu de Ellis Island sigue vivo, pero ahora principalmente en los latinos y asiáticos, quienes conforman la nueva ola inmigratoria. Muchos entran a un país que les dará vuelo a su sueños y esperanzas. Otros, como en Ellis Island, serán rechazados por enfermedad o por no contar con suficiente dinero. Sin embargo, los inmigrantes de Ellis Island tenían una gran ventaja a su favor: por muchos años, no hubo necesidad de visas ni pasaportes. Con llegar a la isla y pasar los exámenes médicos y entrevistas, el inmigrante podía entrar legalmente a Estados Unidos en unas pocas horas.
Hoy la situación ha cambiado mucho. Migrar legalmente a los Estados Unidos es un laberinto lleno de recovecos y desafíos. Este país, con su gran riqueza, la virtud de sus ideales, y con tanta historia migratoria, continúa siendo una luz de bengala para cada soñador o desafortunado en los diferentes países del mundo. Para afrontar tan inmenso flujo de personas, se ha implementado una burocracia impresionante. El resultado, tristemente, es un sistema de inmigración que puede llegar a ser inhumano.
Cuando mi esposa y yo empezamos el proceso hace dos años para lograr su estatus migratorio, sabíamos que, aunque asegurado, podía ser demorado. Yo hice todas las investigaciones necesarias, y empecé el proceso, entrando a la incertidumbre inherente en el sistema.
Es aquí cuando empieza la burocracia a interrumpir incesantemente en la vida del inmigrante.
Para establecerme de nuevo en los Estados Unidos con mi esposa e hijo, lo primero que yo tenía que hacer era viajar y formalizar un “domicilio”. Yo, un ciudadano naturalizado, soy el “patrocinador” de la visa de mi esposa. La ley dice que un inmigrante no se puede volver una carga para el Estado, entonces piden este requisito de “domicilio” como tema preventivo. Es por esta razón que tuve que dejar a nuestro hijo de 3 años con mi esposa en Colombia y establecerme en EE. UU.
Mandé todos los formularios necesarios y viajé. Han pasado 8 meses y seguimos en la espera de reunirnos.
¿El problema? Lograr aclarar unos detalles de la aplicación, aunque está completa y correcta. Cada vez que pida una aclaración, pasan meses para que vuelvan a revisar el caso. ¿Dónde está, me pregunto, la responsabilidad que adquiere el Centro Nacional de Visas en el momento que me pidieron que me separará de mi esposa y mi hijo? Si mi proceso, tan simple y sin enredos, se encuentra con tantos tropiezos, ¿qué será de los que tienen casos más complejos? ¿No es acaso la familia la base de la sociedad Norteamericana? Todo esto sin tener en cuenta los costos financieros asociados al proceso.
Este, mi caso, solo es un ejemplo. El laberinto inmigratorio tiene miles de pasos falsos, cada uno puede causar retrasos interminables.
Lo único que me alienta es saber que a mi me toca “fácil”. ¿Cómo comparo mi caso con los refugiados que deben llegar ilegalmente por circunstancias adversas en sus países? ¿Qué pasa con algún venezolano que de pronto ni siquiera puede ir a su embajada a buscar una visa?
Lo que queda claro, es que tenemos que reformar el sistema. Como católicos, es un deber espiritual. La Biblia, esa carta de amor para los humanos que sufren, nos recuerda que tener un sistema justo de inmigración es un mandato de Dios (Lev. 24, 22). Nos recuerda que en algún tiempo, nosotros o alguno de nuestros ancestros fuimos inmigrantes (Lev. 19, 34). Nos recuerda que esos desconocidos que llegan, pueden ser ángeles de luz (Heb. 13, 2). También nos enseña que acoger al vulnerable es un acto de misericordia, y un requisito para ser seguidores de Cristo (Mat. 25, 35-40). Por eso mismo, el inmigrante se menciona al lado de los huérfanos y viudas como personas que deben ser protegidos con atención especial.
La maquinaría política está paralizada ante el tema de la inmigración, un tema que se considera muy riesgoso para abordar. La última vez que hubo una reforma migratoria fue en 1986, cuando Ronald Reagan era presidente. Todos están de acuerdo que se necesita arreglar el sistema. Sin embargo, hasta ahora, ninguna coalición política ha sido capaz de ofrecer una solución suficientemente aceptable para generar un consenso político.
El resultado, tristemente, es un sistema de inmigración que muchas veces es lento, caro, confuso, inhumano, inseguro, e ineficiente que no le sirve ni al país ni al inmigrante.
Jorge Gomez es profesor de Ciencias Sociales e Inglés para los grados 6 al 8 en la escuela Divine Redeemer, en Hanahan. Envíele un correo electrónico a jgomez@drcs.co.