El verdadero cambio
La experiencia de la adoración eucarística abre las puertas del alma hacia una adoración interior y constante. Poder ver con los ojos a Cristo, acostumbrarnos a su mirada y a su presencia física, entrena nuestra consciencia a la presencia constante y eterna del amante de nuestra alma que siempre está cerca de nosotros. En palabras de Benedicto XVI: “La Adoración nos permite tener una experiencia de la cercanía de Dios sin perder la conciencia humilde de la trascendencia de un Dios que nos supera infinitamente”.
La experiencia de la adoración eucarística abre las puertas del alma hacia una adoración interior y constante. Poder ver con los ojos a Cristo, acostumbrarnos a su mirada y a su presencia física, entrena nuestra consciencia a la presencia constante y eterna del amante de nuestra alma que siempre está cerca de nosotros. En palabras de Benedicto XVI: “La Adoración nos permite tener una experiencia de la cercanía de Dios sin perder la conciencia humilde de la trascendencia de un Dios que nos supera infinitamente”.
Pero existen dos peligros que surgen de la cercanía con Dios: el primero es la falta de confianza en Dios, la cual nos evita abrir el corazón a su presencia. El segundo es la falta de respeto al no tener conciencia de su grandeza. ¿Qué es peor: Tener la idea de un Dios militar que juzga todo bajo los parámetros de la culpa y el pecado, o la idea de un Dios complaciente al que puedo exigir cualquier capricho? Lo peor es el desconocimiento de Dios y la indiferencia hacia él: “Si conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10).
La clave está en conocerle, y en la Eucaristía se encuentran dos dimensiones: la dimensión de la trascendencia de Dios, es decir, que él es infinitamente superior a lo que podamos pensar y, al mismo tiempo, su inmanencia, pues Dios es más íntimo a nosotros que nuestra propia intimidad. Esas dos dimensiones (la trascendencia y la inmanencia) son consideradas opuestas por algunos ya que se contradicen. Lo cierto es que las dos acontecen simultáneamente en el misterio de la Eucaristía: Reconozco que Dios me sobrepasa infinitamente y, a la vez, experimento que está dentro de mí.
El Papa Benedicto XVI explicaba que la etimología de la palabra adoración es muy conmovedora y significa una cosa muy distinta en griego que en latín. En griego, es proskynesis y significa sumisión. Es el reconocimiento de Dios que nos supera infinitamente, y al ver su grandiosidad, aceptamos su voluntad y nos sometemos a él. Es el sometimiento ante la grandeza de Dios. Y curiosamente, en latín, la palabra es adoratio, que significa contacto físico, beso o abrazo. Estas dos palabras se complementan y enriquecen bellamente: en la adoración nos sometemos a Dios dando una respuesta de amor.
Benedicto XVI decía que la adoración debía convertirse en una unión porque no solamente nos sometemos, sino que el amor de Dios nos abraza y nos besa; surge una unión sagrada entre Dios vivo y cada uno de nosotros. Dios está en nosotros, y nosotros en él. Estas son sus palabras al respecto: “Dios no solamente es el totalmente Otro, sino que está dentro de nosotros y nosotros estamos en él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea la medida dominante”.
El difunto pontífice promovió la intuición de que lo que acontece en la Eucaristía tiene que ser el motor de lo que pasa en el mundo, y sostuvo que la transubstanciación es la fuente de nuestra esperanza. La transformación no se detiene al convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino que comienza desde ahí a transformar muchas otras realidades: de la muerte a la vida, de la enfermedad a la salud y de la ausencia a la presencia. El cambio que sucede en la Eucaristía está llamado a ser el inicio del cambio que necesita el mundo.
Nosotros no sólo somos testigos de ese cambio, sino que somos los delegados para que ese cambio impacte al mundo y lo transforme. Nuestra vocación es el amor y el centro de esa vocación se encuentra en la Eucaristía. Allí es donde surge y, al mismo tiempo, donde culmina nuestra misión; es allí donde florece el cambio que no tiene vuelta atrás; al contrario, es el cambio que conlleva a la verdadera transformación que cada corazón anhela encontrar. Ser adoradores significa ser precursores de la Resurrección, de una nueva vida que no tiene ocaso.
Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.