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El sacerdote que salta al vacío
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El padre Jairo Calderón tiene como hobby el salto en paracaídas, y nos concedió una entrevista para hablarnos acerca de su vocación sacerdotal y su gusto por las alturas.
El padre Jairo Calderón tiene como hobby el salto en paracaídas, y nos concedió una entrevista para hablarnos acerca de su vocación sacerdotal y su gusto por las alturas.
Cuéntenos ¿quién es el padre Jairo Calderón?
Soy sacerdote colombiano; crecí en un pueblo en el centro del país llamado Cota. Estuve en el seminario aproximadamente 10 años y me ordené en septiembre de 2016. Llevo 6 años en la Diócesis de Charleston.
¿Cómo recibió su llamada a la vida sacerdotal y cómo vivió su proceso de discernimiento?
Fue algo muy bonito para mí porque antes no tenía una fe; no tenía una iglesia ni pertenecía a nada que tuviera que ver con una religión. Fui soldado en Colombia y una vez estando en el monte, un teniente me invitó a rezar el rosario. Yo no tenía ni idea de qué era el rosario y le dije que no me molestara porque yo no creía en nada de eso. Él insistió diciendo que yo no tenía nada que hacer y, por eso, acepté ir a rezar con un grupo de soldados. Allí sucedió algo en mi interior que me hizo sentir bien; yo siempre había estado triste y ese día sentí un gran alivio. A partir de eso, cada vez que me invitaban a rezar el rosario en el monte o en el cuartel, yo iba porque me gustaba.
Después me comenzaron a llevar a misa. Al principio, era muy aburrido porque no sabía de qué se trataba, pero el mismo teniente me dijo que prestara atención a lo que decía el sacerdote. Me llamó muchísimo la atención que siempre se dice: “No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia”. Me pareció muy bonito y muy atrevido que los católicos se declararán pecadores, pidiéndole al mismo tiempo al Señor que tuviera compasión de ellos, y me comenzó a gustar.
El sacerdote que estaba en el Cantón Militar era bastante gracioso porque era como escuchar las mil y una noches: todos los días comenzaba una historia, la terminaba al siguiente día y volvía a comenzar otra, dejándolo a uno con la incógnita. Así fui descubriendo que me gustaba la fe porque el Dios de la Iglesia Católica es el Dios de misericordia. Entonces supe que si iba a ser algo en la vida, sería ser católico.
Después de estar en el ejército, fui a estudiar en la universidad, y apenas terminé mis estudios, me fui para el seminario.
¿Cómo terminó viviendo en los Estados Unidos?
No fue por rebeldía, sino porque tengo un proyecto: aquí, en Estados Unidos, los sacerdotes reciben un salario como cualquier otra persona que trabaja, lo cual no pasa en Colombia. Entonces, quiero ahorrar lo suficiente para construir una casa de retiros espirituales en mi país, que sirva como fuente de ingresos para sustentar un hogar de sacerdotes ancianos en el Vicariato Apostólico de Mitú, Colombia. Así, cuando los sacerdotes no puedan seguir trabajando en su ministerio, cuenten con un lugar a dónde llegar. Porque nosotros también nos volvemos viejos, no tenemos hijos, nuestros sobrinos ya crecieron y no pudimos compartir tiempo con ellos, entonces nos quedamos solos. La idea es abrir un lugar donde los sacerdotes podamos pasar nuestros últimos días. Este proyecto es el propósito de venir hasta acá.
¿Cuándo empezó a saltar en paracaídas y por qué?
La verdad es que no llevo mucho tiempo en el deporte, sólo un año y medio. Fue por casualidad: un amigo quería darle como regalo de cumpleaños a su hermano saltar de paracaídas. Él no tenía quién los llevara y yo, que siempre me meto donde nadie me ha llamado, me ofrecí y terminé saltando con ellos.
¿Usted encuentra alguna relación entre su vida de fe y el deporte extremo?
¡Uf, si supieras! La primera vez que salté no me gustó; me dio muchísimo miedo porque no sabía qué era lo que iba a pasar conmigo, era algo absolutamente desconocido. Ya soy grande y llevo muchos años con los pies en la tierra. Sin embargo, como me gusta retarme, fui a hacerlo una segunda vez e igual me dio mucho miedo. Entonces dije: “Para retar mis miedos, tengo que hacerlo una vez más”. Lo hice y supe que tenía que ser paracaidista porque si me da miedo, tengo que triunfar sobre esto.
Lo mismo pasó con mi vida de fe porque yo le tenía miedo a comprometerme con algo en mi vida. Yo no quería tener una familia; no me llamaba la atención. Sí me llamaba la atención servir, pero al mismo tiempo me daba miedo, y fue buscando la manera de entregarme como pude superar esas barreras.
Ahora, amo lo que hago porque puedo ayudar y servir desde la vida sacerdotal. En el paracaidismo es lo mismo: se necesita dar ese salto de fe. Siempre nos va a dar miedo comprometernos con algo, así como siempre va a dar miedo pararse en la puerta del avión y arrojarse al vacío. Con Dios es lo mismo, es arrojarse al vacío con la confianza de que Dios está siempre con uno y lo va a recibir.
Cuando lo llamé para pedirle esta entrevista, me compartió que hay personas que lo critican por ser sacerdote y dedicarse al paracaidismo.
¿Cómo gestiona usted su vocación y la práctica deportiva?
En la vida siempre nos va a pasar eso, hay opiniones por todas partes. Cuando yo quería ser sacerdote, a mis papás no les gustó la idea porque ellos no son católicos. Cuando me ordené para servir en la selva, otra vez me llovieron críticas y opiniones. Cuando me vine a Estados Unidos, una vez más las preguntas de por qué. Si uno se queda en lo que las personas dicen y piensan, uno va a terminar perdido y confundido.
La gente tiene la idea de que los sacerdotes siempre deben estar arrodillados rezando en la iglesia; se les olvida que con nosotros también se trata de personas únicas que estamos llamados a desarrollar nuestros talentos y la personalidad que Dios nos dio a cada uno.
Entonces, así como hay gente que no le gusta que practique este deporte, hay otros que me apoyan, entre ellos mi superior el padre Newman. Cuando le comenté que quería hacer paracaidismo, el padre Newman me dijo: “Vaya y sea feliz”. El padre Theo también me apoya; incluso me dice que, cuando no tenga dinero, él me prestará para ir a saltar.
El padre Jay Scott Newman es el canciller de la diócesis y párroco de la iglesia de Santa María. El padre Teófilo Trujillo es el párroco de la iglesia de Santa María Magdalena. Ambos se encuentran en Greenville.
Ya hablamos de su vida activa, ahora hablemos de su vida contemplativa: ¿Cómo es su vida de oración, su vida interior?
Una de mis oraciones favoritas siempre va a ser el rosario porque ese fue mi primer contacto con la Iglesia Universal, con Dios. Durante todo este tiempo, ya llevo unos 20 años desde que comencé mi formación y servicio como sacerdote, he ido entendiendo que uno es lo que es, todos los días y a toda hora, entonces todo termina siendo oración.
A mi me encanta ser sacerdote; amo mi vocación porque puedo ejercerla en todas partes: en mi servicio en el altar, en la confesión, con las personas que me encuentro en la calle, sirviendo como voluntario en la iglesia cortando el pasto, limpiando y construyendo porque tengo una carpintería en el sótano, acompañando las actividades apostólicas… Yo creo que todo eso termina siendo oración.
Oración es estar en comunicación con Dios. He entendido que yo puedo hablar con Dios todo el tiempo: de rodillas rezando el rosario en el Santísimo, incluso estando solo en la casa. Uno no deja de orar o deja de ser sacerdote porque cambia de contexto.
De hecho, en la zona de salto siento más intensa mi labor como sacerdote que aquí en la casa, porque aquí a veces no viene nadie. En cambio, todos en la zona de salto saben que yo soy sacerdote. A veces me están esperando para que los confiese; o a veces no puedo saltar porque alguien necesita que le escuche lo que le está pasando, entonces se convierte en una experiencia de oración.
La idea de la oración es enriquecer la relación con Dios y como con cualquier relación, la comunicación y el diálogo continuo es clave para que haya intimidad.
¿Qué mensaje le daría a alguien que está pasando por un proceso de discernimiento vocacional?
Que no tenga miedo, y si tiene miedo, que lo enfrente. El miedo es normal; sin miedo, no vale la pena. Yo no saltaría de un avión sin miedo. Lo importante es ir encontrándose a sí mismo a medida que va caminando, sin perderse ningún paso del proceso, porque uno debe vivirlo todo para que exista la transformación necesaria.
Además, quien desee servir a Dios debe comenzar siendo su amigo, hablando y comunicándose con Él todos los días. Personalmente, trato de recordar que yo tuve mi primer amor con Jesús y que no puedo dejar de sentirme así. Mi vida personal y mi vocación no son dos cosas aparte. Además, no es para que las viva solo, sino para que salte al encuentro de los demás, sólo así nos encontramos con el prójimo, enlazando una cosa con la otra. De otra forma, nos estaríamos condenando a una vida de aislamiento y soledad.
¿Tiene algo que decirles, algún mensaje especial, a los jóvenes?
Que se dejen querer por Dios y abran el corazón.
Los jóvenes necesitan que los escuchen para que sepan que no están solos. Cuando yo era jóven, me sentía muy solo y triste hasta que encontré a Jesús. Encontrarse con Jesús no significa volverse sacerdote o monja. No. Encontrarse con Jesús es dejarse amar por Él.
Los jóvenes deben dejarse amar por Jesucristo, y nosotros, los adultos, debemos amarlos con el amor de Jesucristo, porque somos quienes les mostramos el camino. A veces, se nos olvida y nos concentramos en lo malo que ellos hacen. Se nos olvida que nosotros también cometimos errores.
A los jóvenes les diría que tengan en cuenta que la persona que son hoy está construyendo la persona que serán mañana, es decir, que se cuiden mucho porque si no se pierden. Su bienestar es su responsabilidad. Pero también que aquí estamos nosotros para apoyarlos, no para criticarlos ni regañarlos.
Hubo alguien en nuestra vida que nos tomó de la mano -en mi caso, fue mi abuela- y nos llevó por el buen camino. Nosotros, los adultos, estamos llamados a llevarlos por el buen camino. Somos la gente de Dios y debemos ser ejemplo de camino, verdad y vida para la nueva generación.
Para terminar, los invito a que se dejen acompañar por Dios en todo lo que hacen. Nosotros somos más que una profesión o un oficio, y en todo lo que invertimos nuestra existencia tenemos que dejarnos acompañar por Dios. Él está esperando que lo tomemos de la mano y le permitamos vivir la vida con nosotros.
Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.