El nombre de Jesús y el don de nuestra salvación
La fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, una conmemoración opcional, se celebra cada 3 de enero, pero ¿Qué significa el nombre de Jesús? ¿Qué tiene de importante celebrar su nombre?
La fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, una conmemoración opcional, se celebra cada 3 de enero, pero ¿Qué significa el nombre de Jesús? ¿Qué tiene de importante celebrar su nombre?
El nombre de Jesús fue revelado por el ángel Gabriel a María en el momento de la Anunciación y significa “Dios salva”. Es un nombre que expresa tanto su identidad como su misión porque él es quien puede redimir al mundo de sus pecados. Pedro nos afirma que bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.
Esa promesa de salvación conecta con el anhelo más profundo de la humanidad: el ser humano tiene la conciencia de necesitar la salvación, independientemente de si cree en Dios o no, ya que sabe que no es autosuficiente porque todos hemos tenido la experiencia de nuestra impotencia. Del corazón humano brota de manera espontánea el suspiro “sálvame, que fallezco”.
La experiencia de la impotencia se vive en miles de situaciones y momentos, y la respuesta de Dios ante la necesidad humana es su Hijo, Jesucristo. La consciencia de la muerte, de la enfermedad, de lo finito que es nuestro ser, es lo que hace resonar en nuestro interior la petición más profunda: sálvame. Y la respuesta a nuestra salvación tiene nombre: Jesús.
Con la venida de su Hijo, Dios nos está diciendo que nos quiere vivos, que nos quiere sanos, que nos quiere bien. Por medio de Cristo, llegamos hacia el Padre y entramos en la alegría de la vida eterna, la verdadera resurrección. Jesús es la respuesta al anhelo más profundo y a la necesidad más acuciante que tiene todo ser humano.
El nombre de Cristo revela su identidad y misión: que él es Dios y que sólo él tiene la capacidad de salvar. En pocas palabras, porque es Dios, salva, y porque salva, es Dios. Cristo es la misericordia misma volcada sobre la miseria, sobre nuestro pecado.
Las sagradas Escrituras nos invitan a invocar constantemente el nombre de Jesús. “Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hch 2,21). ¿Por qué darle importancia al nombre? Porque en el nombre está contenida y es donde se encuentra la revelación de la persona. Pronunciar y creer en este nombre es un signo de nuestra confianza en él, de nuestro abandono. Recordemos que no hay nada que agrade más a Cristo que le digamos, “En tí confío”. Esas palabras son la llave que derraman su misericordia. Entonces, pronunciar su nombre equivale a decir “Me abandono a tí, ocúpate de todo”.
“El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18). Creer en el nombre de Jesús, o por el contrario no hacerlo, es la expresión bíblica para referirse a acoger o rechazar el don de la salvación. Si imploramos “Dios sálvanos”, él nos responde entregándonos a su Hijo.
Al creer en Jesús estamos abriendo nuestro ser al don de la salvación, a la libertad de ser redimidos para toda la eternidad. Es entonces cuando entendemos que la salvación es el perdón de nuestras culpas, y con esa libertad vamos a poder perdonar a los demás. Es la única cadena que acabará con las deudas que hemos contraído como humanidad.
En esta fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, repitamos con dulzura, confianza y abandono aquel nombre que es nuestro don de salvación. Digamos con la tranquilidad que tienen los bebés en brazos de sus padres: “Jesús, Jesús, Jesús. Yo me abandono a tí, ocúpate de todo”.