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 | Por Cristina Sullivan

El límite del sufrimiento: Una meditación para renovar nuestra Exaltación a la Cruz

Hace unos días, estaba hablando con una amiga acerca de cómo poner límites, y me dijo: “Sé que eres católica, que la cruz y el sufrimiento son importantes para ti, pero eso no significa que tengas que sufrir ilimitadamente”. Correcto, eso es cierto. Mi respuesta a ese comentario estuvo cargada con el mensaje de la resurrección, que supera con gran ventaja al momento de la cruz. Pero seguí rumiando este comentario. Nuestra naturaleza evita el sufrimiento; ¿A quién le gusta el dolor, la enfermedad, y muerte? Incluso el mismo Cristo sudó sangre cuando llegó la hora de Su entrega. A veces pienso que el sufrimiento es “antihumano” porque nuestra relación con él es casi la misma que la reacción entre aceite y agua. Y me pregunto, ¿Por qué Dios lo permite? Aún más, ¿Por qué Dios lo abraza y hace del sufrimiento, de la cruz, el requisito para dejarlo todo y seguirle?

La respuesta fácil: porque la libertad lo exige.

Me explico: Dios no nos creó como robots preconfigurados para seguirlo y ser obligados a hacer su voluntad. Nos creó como seres humanos (hechos a su imagen y semejanza), configurados para el amor verdadero, que implica tener libertad. Dios quiere que lo elijamos porque queremos y no porque tenemos que hacerlo. Él quiere tener una relación deverdadero amor con nosotros, no una de servidumbre o esclavitud. ¿Cómo se llama el acto de obligar a amar? Abuso. Además, pretender que puede obligarse a amar es una ilusión. Es imposible, pero el resultado es el abuso cuando se intenta lograrlo. Ahora, como criaturas libres que somos, podemos escoger amar a Dios o no, y cualquiera de las dos opciones tiene sus consecuencias. Si las consecuencias de escoger el bien son reales, eso implica que las consecuencias del mal también lo son.

El mal es real. La muerte es real. El pecado es real. El infierno, aunque muchos quieran negarlo, también es real. Dios permite todas estas realidades, pero no las desea, no las quiere, y no son de su agrado. Adán y Eva, Lucifer y todas las criaturas que él creó, enfrentamos nuestra libertad respondiendo a la gran pregunta que Dios nos hace a cada uno de nosotros: ¿Quieres seguirme y hacer mi voluntad? La respuesta de Lucifer al plan divino fue: “No serviré”. A partir de allí y tras la rebelión angélica que eso significó (en donde un tercio de los ángeles también decidieron no servir a Dios), su obsesión y única misión es que todos los seres humanos hagan lo mismo que él: no servir a Dios. Esa negación a la voluntad de Dios abrió las puertas de la ausencia de Dios, y eso significa que la vida se extingue, llega la enfermedad y la muerte aparece en el panorama. El único que logró derrotar las consecuencias de la muerte fue el autor de la vida: Dios, y ya conocemos el final de la historia.

Entonces, ¿por qué seguimos exaltando la cruz y recordando la muerte de Cristo si ya resucitó? Más aún, ¿por qué Cristo nos pide que carguemos nuestra cruz si queremos seguirle? Porque la relación entre Dios y sus criaturas se quebró y la cruz es la manera de repararla; es el camino al paraíso y nuestra esperanza. Es más, la cruz es el límite de la muerte y del pecado. La veneración que tenemos los cristianos por la cruz no es porque estemos obsesionados con el dolor y queramos sufrir sin límites; todo lo contrario: es porque la cruz pone fin al mal. Gracias a su entrega, el sufrimiento, pecado y la muerte ya no tienen la última palabra. Una mujer que hizo de su vida una exaltación a la cruz fue Edith Stein, también conocida como Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Aquí dejo unas palabras que escribió para conmemorar la fiesta de la Exaltación de la Cruz en plena Segunda Guerra Mundial:

“¡Hágase tu voluntad! Este fue el contenido de la vida del Salvador. Vino al mundo para cumplir la voluntad del Padre, no sólo para expiar el pecado de la desobediencia a través de su obediencia, sino también para conducir a las personas a su destino por el camino de la obediencia. La voluntad creada no está destinada a ser libre para exaltarse a sí misma. Está llamada a ponerse al unísono con la voluntad divina. Si se somete libremente a este unísono, entonces se le permite participar libremente en la perfección de la creación. Si una criatura libre declina este unísono, cae en la esclavitud” (The Hidden Life, 1941).

Invirtamos la pregunta: ¿Qué pasa cuando nos olvidamos de la cruz? ¿Cómo sería nuestra vida si no nos negáramos nada, si nuestro sufrimiento no tuviera sentido y se convirtiera en maldición? ¿Qué sería de nosotros si la muerte fuera lo único infalible de nuestra existencia? Los invito a meditar sobre estas preguntas, contemplar su historia y exaltar la cruz que Jesús está compartiendo con ustedes.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.