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 | Por Cristina Sullivan

El corazón enamorado de María Magdalena

María Magdalena es una de las santas más conocidas a lo largo de los siglos, y también es una de las figuras con más errores históricos e incluso difamaciones en la historia de la Iglesia.

Lo que sabemos con certeza es lo que aparece en los Evangelios: Cristo expulsó siete demonios de ella; fue una de las fieles mujeres que acompañó a Jesús durante su dolorosa pasión; y, el día de la resurrección, fue la primera persona a la que se le apareció Cristo resucitado.

Gran parte de la confusión de la vida de esta santa comenzó en el año 591, cuando el Papa Gregorio I confundió a María Magdalena con la mujer que unge los pies de Jesús con perfume –quien podría haber sido María de Betania, hermana de Marta y Lázaro. Son dos mujeres diferentes y ese error histórico hizo que se pensara que María Magdalena era una prostituta que atraía a clientes con perfumes.

Además, hay una mentira que se ha esparcido en algunas novelas por autores cuya intención es presentar una versión de la persona de Cristo en la que no es el Hijo de Dios, sino un hombre común. Estos autores sostienen que María Magdalena se casó con Cristo y que tuvieron un hijo. Esta es una afirmación sacrílega porque, como bien sabemos, Cristo se desposó solo con la Iglesia y, por consiguiente, con toda la humanidad. Además, omitir la naturaleza divina de Cristo es una apostasía.

A pesar de lo que se diga de esta santa, lo cierto es que María Magdalena fue la primera a la que Jesús se le aparece y a quien consuela; lo hace llamándola por su nombre y en ese momento María comprende que se trata de su salvador. Cuando Jesús pronuncia su nombre, ella abre los ojos y se da cuenta que estaba vivo y resucitado frente a ella.

Es allí cuando recibe la misión del resto de su vida “anda ve y dile a mis hermanos”. Ella es la apóstol de los apóstoles porque recibió la Gran Encomienda de compartirles esta noticia a quienes se convirtieron en columnas y testigos de la resurrección en la Iglesia.

Al redescubrir la figura de María Magdalena de los errores históricos y de las difamaciones, nos encontramos con un corazón apasionado. En el capítulo 20 de Juan, aparece el momento en que ella corre al sepulcro y ve que la piedra ha sido removida y la tumba está vacía; entonces comienza a llorar. Cristo le pregunta la razón de su llanto y ella responde: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.

Esas lágrimas surgen de un corazón enamorado que sabe que la peor desgracia es perder a Cristo, porque el único motivo que tenemos para llorar es la de no tener a Dios con nosotros. Una vez ella reconoce a Cristo, su vida cambia y, junto con ella, la de toda la humanidad: el sepulcro está vacío porque Dios ha vencido a la muerte. Entonces, ¿cuál es nuestro temor? Ya no hay nada que nos pueda inquietar, porque en Cristo encontramos todo lo que el ser humano había perdido definitivamente: la vida eterna.

En esta fiesta, en la que celebramos la memoria de Santa María Magdalena, 22 de julio, pidamos la gracia de enamorarnos de Cristo. Abramos nuestro corazón para poder encontrarnos con Jesús resucitado y convertirnos en testigos de la vida nueva que él ha traído al mundo. Que la Resurrección sea nuestra alegría diaria y, al mismo tiempo, nuestra misión. Pidamos la gracia de tener un corazón ardiente de amor a Dios que llora su partida y se regocija con sus promesas cumplidas.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.