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El Adviento es el momento perfecto para la reflexión y la alegría

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No sé si has oído hablar de lo sano e importante que es escuchar a nuestro niño interior, sin importar si ya ha pasado más de un decalustro, o 50 años, desde que terminó nuestra niñez. Si nunca has hecho el ejercicio de hablar con tu niño interior las siguientes preguntas te pueden ayudar.

¿Tuviste la oportunidad de poner una corona de Adviento en la puerta de tu casa cuando empezaba el invierno? ¿Cantaste las Posadas junto con tu familia y te sorprendiste viendo que algunos adultos serios y regañones se reían a carcajadas? ¿Recuerdas si recibiste algún chocolate mientras contabas los días con ayuda del calendario de Adviento? ¿Has vivido la alegría de las Novenas que preparan el corazón para la llegada del niño Dios? ¿Alguna vez tuviste la ilusión de ver el trineo de Santa Claus (o Papá Noel) volando por los cielos?

Todas estas expresiones culturales que permanecen vigentes a nuestro alrededor señalan de una manera u otra que la llegada de Cristo al mundo fue un evento lleno de alegría... una alegría que parece nunca extinguirse a pesar de que pasen milenios. Pero pongámonos serios: todas estas ilusiones y expectativas también han sido fuente de amargas tristezas al darnos cuenta que nunca veremos un trineo cruzar los cielos. La despedida de la niñez casi nunca es una transición cómoda, pero si nos ponemos a pensar, las transiciones de un estado o edad a otro nunca son cómodas. Incluso Cristo tuvo que padecer estas incomodidades: desde el primer momento de su vida tuvo que experimentar lo difícil que es vivir en este mundo.

Imagina que tuvieras que tener la misma infancia que Jesús. Eso significa que tu nacimiento fue en un lugar muy incómodo y precario para tu mamá, y que la única ayuda que recibió fue la de tu papá y que no tenían cubiertas ninguna de las necesidades básicas para manejar un parto. Además, antes de cumplir un año de edad, tus papás tuvieron que huir en medio de la noche porque las autoridades estaban buscándote para matarte. Ahora imagina regresar a la ciudad de donde tus papás son oriundos —en el caso de Jesús fue regresar a Nazaret— pero al llegar nadie sabe quién eres, además muchos murmuran de tu mamá porque quedó embarazada de ti antes de que se celebrara el matrimonio. Estas son sólo algunas de las incómodas situaciones que tuvo que vivir la Sagrada Familia, porque ellos no eran ricos ni privilegiados.

Todas estas reflexiones son el escenario perfecto para la siguiente meditación: lo realmente importante de la Navidad no son las luces de colores, comerse un chocolate exquisito cada día, recibir regalos, volar por los cielos en un trineo, tener, comprar, poseer, competir. No, lo verdaderamente importante es celebrar que nuestro Dios conoce perfectamente lo que significa la pobreza, el peso de la humanidad, las incomodidades que todos y cada uno de nosotros ha tenido que vivir en cierto grado. Nuestro Dios no es un Dios que nació en cuna de oro, es un Dios que sabe lo duro, pero también lo maravilloso que significa estar estar vivo.

Aprovechemos este Adviento para meditar en nuestra infancia y en la infancia de Jesús, y disfrutemos los pequeños detalles que hacen de este tiempo el perfecto para agradecer, acompañar y sonreir.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.