| Por Cristina Sullivan

Creado, no propiedad: Nuestra respuesta católica al suicidio asistido

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La presencia y compañía de los adultos mayores –además de ser fuentes de sabiduría y recuerdos llenos de historia y ejemplo vivido– es la gran oportunidad que tenemos de agradecer lo que ellos han hecho a lo largo de los años y cuidarlos como ellos nos cuidaron a nosotros.

Sin embargo, esta actitud no se acepta en muchos casos. Con frecuencia, el cuidado de las personas mayores se ve interpelado por una pregunta que revela la actitud de lo que San Juan Pablo II denominó la “cultura de la muerte”: ¿Cuándo y a quién podemos administrar el suicidio asistido?

El obispo Robert Barron escribió un artículo muy interesante al respecto, y el título encierra una importante afirmación: “No es tu vida, no es tu muerte y no es tu decisión”. Estas palabras señalan una de las grandes verdades de nuestra fe porque nosotros profesamos haber recibido la vida del Espíritu Santo, quien es el Señor y dador de toda vida.

No sólo eso, sino que nuestra vida ha sido comprada a un precio muy alto: la sangre de Cristo. En la cruz, Cristo nos devolvió lo que habíamos perdido: la vida eterna. Con su sangre, pagó la gran deuda que como humanidad habíamos adquirido frente a nuestro Creador.

Las decisiones tienen consecuencias

En una cultura en la que la fe se ha perdido y se ha reemplazado con una veneración al “yo”, en la que ya no se quiere tener un Dios a quien pertenecer porque eso va en contra de la libre expresión de la personalidad, entonces la opción de decidir sobre la vida y la muerte deja de ser un asunto moral para convertirse en un asunto de conveniencia.

Ha habido un cambio fundamental en la sociedad porque la renuncia a Dios nos ha hecho perder la consciencia de que nosotros –y cada una de las demás personas– pertenecemos a un ser superior, es decir, que no somos dueños de la vida y mucho menos de la muerte.

Cuando la virtud que se respeta por encima de cualquier otra es la capacidad de “elección”, se abren las puertas a un gran mal moral: la vida misma se empieza a devaluar porque prima el poder de decisión para escoger ciertas vidas por encima de otras. Inevitablemente, habrá unas vidas que son más productivas o útiles que otras, en pocas palabras: “vidas que valen más que otras”.

En realidad, toda vida humana tiene el mismo valor y, lo más importante, nadie puede decidir sobre cuándo empieza y cuándo termina por la simple razón de que ningún ser humano tiene el poder para administrar el don de la vida. Cuando la sociedad pierde de vista la dignidad y sacralidad de cada ser humano, es cuando empiezan a suceder las atrocidades.

El obispo Barron señala que, en la carta de San Pablo a los Romanos, predica: “Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor” (14,7-8).

No-dioses comportándose como dioses

Una de las falsas promesas con las que el enemigo siempre ha tentado al ser humano desde el inicio de los tiempos es “se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,5). Esta es la mentira más efectiva con la que caemos los seres humanos porque apela directamente a nuestra soberbia de querer ser como Dios, de reemplazarlo.

Con los grandes avances tecnológicos, se ha desdibujado que Dios es el gran Creador porque en el laboratorio podemos pretender ser los dueños del bien y del mal; de hacer atrocidades y crueldades sobre la vida humana sin que se oiga un solo grito, porque manipulamos la vida en su expresión y en su momento más vulnerable.

Esa promesa hecha por Satanás es un gran engaño, pues lejos de ser como dioses, lo que sucede es que nos creemos dioses, lo cual es muy diferente. Yo puedo creer que soy una reina, pero la realidad es bien diferente a esa idea. Comportarse como dioses sin serlo es una receta segura para el abuso, incluso para la destrucción de la vida.

Al hablar de la eutanasia, es preciso recordar que no somos los dueños de ninguna vida, ni siquiera de la nuestra. Renovar nuestra conciencia de la sacralidad de cada ser humano; de que la dignidad de una persona no se pierde jamás a pesar de la enfermedad o la incapacidad; de que no está en nuestras manos la decisión final porque no somos dioses, ni podemos pretender serlo, a riesgo de causarnos graves daños a nosotros mismos y a la sociedad.

La otra cara de la moneda

Como cristianos católicos, estamos llamados a honrar la vida y a respetar y proteger la dignidad humana. Por lo tanto, no podemos terminarla cuando queramos, pero tampoco podemos prolongarla a nuestro antojo. Esta es la otra cara de la moneda. Conviene recordar que la muerte forma parte de nuestra realidad como seres humanos, por lo que aferrarnos a esta vida terrenal tampoco es una actitud cristiana. Así como no podemos terminarla a voluntad, tampoco podemos prolongar nuestro camino de esperanza hacia el Padre.

Al oponernos a la eutanasia, no estamos diciendo que por cualquier motivo debemos aferrarnos a la vida. La Iglesia, en este sentido, habla acerca de medios ordinarios y extraordinarios, es decir, no estamos obligados a aferrarnos a cualquier medio para prolongar una vida si la situación es inviable e insensata. No, también debemos aprender a soltarnos y dejar que Dios administre el momento de la muerte de la manera en que él disponga, no de la manera en que la ciencia o la tecnología lo permitan.

No podemos tomar una posición tan absolutista porque iríamos en contra del principio fundamental de que no somos dueños de la vida; por lo mismo, no podemos manipularla a nuestro antojo o según nuestras posibilidades.

Durante el Mes del Respeto por la Vida de octubre, recordemos que al defender la vida, también estamos defendiendo que es un regalo que se nos ha dado. Debemos responder a este don con sensatez, compasión y apertura a la voluntad de Dios, quien es el autor y, por tanto, quien decide cuándo darla y cuándo quitarla.

Apoyemos a nuestros adultos mayores amparándolos en sus últimos años para que encuentren en nosotros un apoyo para una vida acompañada y no para muerte asistida.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.