Share this story


 | Por Edgar Ángel

Con ojos de inmigrante

¿Cómo luce un inmigrante? ¿Podría lucir como aquel señor de casi dos metros, con la barba pintada de verde y pasado de copas que celebraba el día de San Patricio, en Park Circle? ¿Podría ser el primer técnico de Volvo certificado en líneas de ensamblaje en Carolina del Sur? ¿Podría ser el que poda el jardín, ordena el cuarto en los hoteles, lava los platos y atiende mesas en los restaurantes, o el que construye las casas en que vivimos? Si, si y sí. Porque inmigrantes hay de todos los colores y sabores.

Profesionales, técnicos, trabajadores comunes, madres y padres de familia hacen parte de los más de 60 millones de inmigrantes que viven en los Estados Unidos, 12 millones sin regularizar su situación. Todos llegaron en busca de mejores oportunidades y, aún cuando sienten nostalgia por su tierra, ésta se ha convertido en su casa. Pero sobre todo, recuerde que en su parroquia adorando al mismo Dios, podría sentarse su prójimo sin estatus definido.

En una valerosa homilía, el diácono Gabriel Cuervo pidió a la comunidad parroquial de habla inglesa una mayor sensibilidad y compromiso con los inmigrantes. Recorrió su propio sendero para obtener estatus legal.

Ni Ramiro Mora ni Luis y Miriam Santo han encontrado un camino para botar su letra escarlata de “indocumentado”. En el extremo opuesto está Gildardo García, un sacerdote colombiano que llegó a la diócesis de Newark en 1995. A continuación, cuatro miradas al proceso migratorio.

¿Cómo te pago?

La década de los 80 fue particularmente violenta en Colombia, con líderes sindicales, políticos y de derechos humanos asesinados casi a diario. En 1989, engrosó esa lista Luis Carlos Galán Sarmiento, candidato del Nuevo Liberalismo que era el favorito para ganar la presidencia.

“Yo hacía parte de la sede de Medellín que estaba amenazada. Con la muerte de Galán, vimos que la violencia iba a escalar. Mi esposa Claudia y yo decidimos vender las cosas y, con nuestros hijos de 5 y 2 años, nos vinimos para New York,” dijo el diácono Gabriel Cuervo. 

La falta del idioma y relaciones lo llevaron a imponerse la meta de tener un inglés conversacional en un año. Asistía a clases del idioma entre las 8 y 10 de la noche, luego de haber lavado platos durante doce horas.

“Llegaba a casa y Claudia salía a asear unos almacenes de cadena que ya desaparecieron. Cuando pude hacerme entender, este se convirtió en mi segundo trabajo… trabajaba 18 horas”.

En 1995 unos conocidos les sugirieron Greenville, Carolina del Sur, como nuevo asentamiento.

“Había solicitado asilo y así obtuvimos la residencia,” dijo. “El costo de vida en Nueva York en medio de la recesión de esos años se incrementó y a pesar de que no nos faltaba nada, decidimos aceptar la invitación.”

Esta conversación la tuvimos en su oficina de las Caridades Católicas en Charleston, estaba cómodamente sentado en un sofá de cuero rojo y enfatiza con sus manos las partes de la que quería resaltar. Avanzó como si tratara de ponerse de pie, se detuvo y quedó en el extremo, apoyando los codos en las rodillas y continúo narrando el siguiente capítulo de su vida en un tono diferente.

“Llegamos a Greenville y se produjo un cambio drástico, pero favorable. Más ingresos, menor costo de vida, menos desplazamientos, mejor calidad de vida para la familia”, dijo.

Desde el primer domingo llegaron a la iglesia Prince of Peace y orando le preguntaron al Señor: “¿Cómo te pago?” El 12 de octubre de 2002, el obispo Robert J. Baker le recordó que con su ordenación cubría sólo la propina, la deuda con el Señor había crecido en cinco años.

Para el padre Gildardo García, 1995 fue un año de cambio también. Llegó a la diócesis de Newark, Nueva Jersey.

“Ingresé con una visa R, de religioso. Todos los trámites se habían realizado entre la diócesis a la que pertenecía y la arquidiócesis de Newark. Ahora soy ciudadano de los Estados Unidos”, dijo el padre García.

En 2002 se vinculó con la Fuerza Aérea como sacerdote capellán, tenía uniforme y rango militar, igualmente debía atender a otras comunidades cristianas.

“También tuve que cambiar de instalación militar”, dijo, y sirvió “en Arabia Saudita, Kuwait, Kurdistán y en las guerras de Irak y Afganistán”.

No le gusta hablar de ese período. Cuando se le preguntó acerca de estos años, apartó su silla del escritorio y se interpuso entre ellos. En cambio, le pedí que hablara sobre su llegada a Charleston.

“En 2011 salí del servicio activo; ahora soy sacerdote civil. Sirvo únicamente a las comunidades católicas de las bases aérea y naval del área y me he involucrado en la vida diocesana", dijo. "Acompaño pastoralmente a las comunidades latinas en Inmaculada Concepción y Blessed Sacrament”.

Los datos más actualizados del American Immigration Council, 2019, reflejan que 23.2 millones de los grupos mencionados son naturalizados o residentes legales. En un futuro próximo, 8.1 millones serán elegibles para obtener la ciudadanía. El camino de la naturalización tiene tres vías principales: una visa de trabajo, estatus de asilado o refugiado y petición de un familiar.

Con DACA, pagamos impuestos, compramos casas

“Yo llegué a los 13 años, en agosto de 1996", dijo Ramiro Mora. "Me vine con mi mamá. Éramos los únicos de la familia que quedamos en México”.

Así comenzó su travesía. Ramiro, un DACA, lleva adicionalmente 23 años esperando que la petición categoría F4, o hermanos que aplican por hermanos, se resuelva a su favor.

“El 17 de mayo de 1999, mi hermano ciudadano aplicó por los hermanos que calificaron”, dijo.

Cada fecha en su proceso de naturalización lo ha marcado de tal manera que recuerda los giros al segundo.

“La orden ejecutiva del presidente Barack Obama cambió mi vida. En enero del 2013 llegó mi permiso de trabajo; saqué el social y licencia …la gente que tiene derecho a todo eso no sabe cómo se siente tener licencia de conducción", dijo Ramiro.

En 2012, mediante una acción ejecutiva, el presidente Obama creó nuevas oportunidades para cerca de 600 mil jóvenes que fueron traídos a los Estados Unidos por sus padres siendo menores de edad. Al beneficiario de esta condición se le conoce como DACA, por el nombre de la ley: Deferred Action for Childhood Arrivals (o acción diferida para los llegados en la infancia).

Pasó de la construcción al manejo de un torno. La empresa para la que trabajaba lo apoyó en Trident Tech para obtener un certificado en Maquinado Metálico Computacional. 

“En Carolina del Sur, los DACA pagamos como si viviéramos por fuera del estado, es decir, tres veces más; cada crédito me costaba mil dólares”, dijo.

Trabajó durante cinco años con sus patrocinadores y aplicó para un mejor empleo. Quería uno más estable.

“Entré a Volvo en el 2018, y en 2019 el presidente (Donald) Trump anunció que iba a quitar el programa. Se generó mucha incertidumbre,” dijo.

¿Qué significa para su familia perder su estatus DACA? “Una tragedia. Primero perdería mi empleo, mis niñas y mi esposa están con la aseguranza de la empresa. Si perdiera mi trabajo con Volvo, perdería todo”.

Quiere mantener a su pareja alejada de la mirada inquisidora de nuestra sociedad. Es de origen europeo y, por amor, excedió su visa, y también, por amor, se casó por lo civil el 31 de diciembre de 2018, y por la Iglesia el 15 de febrero de 2020. De la relación han nacido tres hermosas niñas.

“Pagamos impuestos, compramos casas”, dijo, y “entramos al sistema financiero y saben dónde estamos. En Volvo conozco tres DACA más. Hay un peruano que fue el primer graduado en mantenimiento de líneas de ensamblaje en el estado”.

A partir de octubre de 2020, 6.1 millones de ciudadanos menores de 18 años viven con al menos uno de los padres sin estatus migratorio definido, a este modelo de familia se le conoce como “mixta”.

Vamos a visitar la Casa Blanca - ¿Qué visa tienes?

El recorrido de Luis y Miriam Santo es similar al de millones de inmigrantes sin estatus migratorio definido.

“Terminé la preparatoria con buenos grados, pero no había posibilidades económicas para ir a la universidad”, dijo Miriam, una madre de dos ciudadanos: un adolescente y una hermosa niña de tres años. La pareja se conoció en México, al que Luis regresó luego de cuatro años de permanencia en Estados Unidos; a pesar del arduo esfuerzo, no levantaba cabeza, y “…decidimos formar nuestra familia aquí”. Y aquí están pagando impuestos y contribuyendo a la sociedad con su trabajo y ética ejemplar.

A comienzos de 2019, los dueños de una de las casas para las que trabajaba Miriam la invitaron a la Casa Blanca. Estaban cumpliendo con las formalidades y surgió una pregunta aparentemente intrascendente: ¿Qué visa tienes? Por carecer del documento se le negó la oportunidad de conocer la casa de los presidentes, reconocimiento con el que sus patrones querían honrar a esta ejemplar mujer. Los empleadores anteriores les han preguntado a ambos: “¿Cómo te ayudó para arreglar tu estatus?” Para ellos, la única ventana podría abrirse cuando su hijo adolescente cumpla con los requisitos que le posibiliten solicitar, a través de la reunificación familiar, la residencia para sus padres.

Estos católicos han recorrido diferentes caminos para lograr la naturalización: dos la obtuvieron, otro está en el limbo y la cuarta no ve salida a corto plazo. Pero si estuviera en manos de cada uno de ellos dar alivio a los casi 12 millones de inmigrantes que no se han sido regularizados, ¿qué medidas adoptarán a nivel estatal y federal?

Ramiro dijo, “A nivel estatal, que los DACA paguen en las universidades como residentes de Carolina del Sur. A nivel federal, la naturalización por grupos elegibles, como la planteó Obama”. Se refiere en su orden a DACA, padres de DACA y beneficiarios de Protección Temporal y finalmente a quienes hayan llegado antes del 1 de enero de 2000, y tengan un récord limpio.

“Educación vial”, Miriam dijo, “y la oportunidad de obtener licencia de conducción, así disminuirán los accidentes de tráfico en Carolina del Sur.” Y a nivel federal: “Un permiso de trabajo que nos permita salir y regresar del país”.

Padre García dijo, “La posibilidad de estudiar y capacitarse” y “una reforma migratoria integral”.

“Licencia de conducción a nivel estatal”, dijo el diácono Gabriel, “y a nivel federal apoyar los proyectos de unidad familiar que respalda la Iglesia católica junto con otras comunidades de fe”.

El padre García, Ramiro, Luis y Miriam continuarán con sus rutinas en Carolina del Sur, mientras el diácono leerá este artículo desde su apartamento en Medellín. El lunes de Pascua, regresó a Colombia luego de haber servido a la Diócesis de Charleston por 25 años.


Edgar G. Ángel es coordinador del ministerio hispano en la iglesia de Santo Tomás Apóstol. Enviale un correo electrónico a eangel@charlestondiocese.org.