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 | Por Cristina Sullivan

Celebrando una ‘Semana Santa personal’, una guía para sanar de corazón

¿Cómo se perdona? ¿Quién sabe hacerlo? ¿Cómo aprender a disculparse sinceramente?

Hace un par de años escuché una conferencia acerca del perdón y una de las frases que más me llamó la atención fue “el perdón fácil es sospechoso”. A veces, el rencor y/o el odio es lo único que se puede sentir cuando se recibe una afrenta, cuando eres víctima de una injusticia, de un hecho violento, de una calumnia… En fin, de tantas situaciones dolorosas. ¿Qué hacer cuando la razón no quiere aferrarse al resentimiento pero no hacerlo se siente intensamente hipócrita? Una respuesta que he escuchado varias veces es: “Perdonar no significa olvidar, perdonar es recordar sin dolor”. Pero, ¿qué hacer cuando pareciera que el recuerdo nunca dejará de doler?

Para que el perdón no sea sospechoso sino que sea un acto sincero, es necesario pasar por un proceso de reparación. Si la autoestima no siente que se ha hecho un mínimo de “justicia” y en cambio se apresura o se exige el perdón, lo que puede suceder es que el resentimiento se transforme en una sustancia podrida por dentro, causando más mal que bien. Para que haya una reparación real, se necesita tiempo y las herramientas adecuadas. Imaginemos un atleta que ha recibido un golpe severo. ¿Será capaz de competir en una carrera? Lo más probable es que necesite algo de tiempo para recuperarse; sólo así podrá volver a los entrenamientos y alcanzar el estado físico que tenía antes de la lesión.

Cuando se trata de heridas emocionales, a veces ni siquiera nos tomamos el tiempo (o le damos el tiempo a otra persona), por lo que puede haber un proceso de rehabilitación. Como no vemos la herida, no le prestamos la atención que necesita. Les compartiré un proceso de perdón que aprendí en un retiro de sanación interior impartido por el padre Felipe Scott, FJ. Dijo que podemos experimentar una transformación en una semana: la Semana Santa. No se trata de la Semana Santa que vivimos en el calendario, sino de una Semana Santa personal. Además, no es necesario esperar a que comience la próxima Cuaresma; se puede vivir en cualquier momento del año. La siguiente es una breve explicación:

El Jueves Santo

En este día no sólo recordamos la última cena sino también la amarga agonía que vivió Jesús en el huerto de Getsemaní, donde su corazón estaba tan lleno de miedo y conmoción por lo que iba a suceder que sudó sangre. En medio de su oración, Jesus dice estas palabras: “Padre, si quieres aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya. Entonces se le apareció un ángel del cielo para animarlo” (Lc 22, 42-43). La clave para empezar el proceso de Resurrección está en la oración. Allí es en donde encontraremos fortaleza para afrontar las situaciones que Dios nos permite vivir, y hallaremos consuelo en la presencia de nuestro ángel del cielo.

El Viernes Santo

Es el día en el que Jesús es víctima del mayor del mayor dolor y tristeza, tanto física como moral. No se esconde, no pretende ser fuerte y no se maquilla ante el pueblo. Todo lo contrario: se deja ver frente a la muchedumbre como un despojo humano. ¿Cuántas veces pretendemos perdonar o no sentir los dolores por orgullo o vanidad? Esa actitud es la que retrasa e incluso impide que el proceso de reparación suceda porque pretende invisibilizar el dolor y la realidad. Es necesario llorar, sufrir, e incluso reclamar al Padre como lo hizo Jesús  en ese momento, repitiendo con él sus propias palabras: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46).

El Sábado Santo

Es el día del silencio. Lo peor ha pasado. Quedan los recuerdos y el desconsuelo de lo que sucedió. En este día, quien estaba pasando por la peor prueba era la madre de Dios, María. Acerquémonos a ella y descansemos en sus brazos, porque ella sabe lo que significan la pérdida y el dolor. En su regazo encontraremos el verdadero consuelo y compañía.

El Domingo de Resurrección

El sepulcro está vacío, la muerte ha sido derrotada, y la alegría y esperanza son nuestra nueva realidad. Cuando hayamos permitido que el dolor atraviese nuestro corazón, cuando hayamos afrontado el sufrimiento y llanto, cuando hayamos abrazado la cruz con valentía y honestidad, entonces podremos resucitar con Jesús. Este es el momento en el que ya podemos perdonar y renacer a una nueva vida.

Esta Semana Santa personal no dura necesariamente cuatro días. Cada etapa puede tomar el tiempo que Dios lo permita, y será el que nuestra alma y corazón necesiten. Quizás Dios, en su divina providencia, permita que nuestro Sábado Santo personal se demore un año o tal vez una hora: él tendrá sus razones para que nuestro proceso de sanación tarde lo que deba.

Pretender que el dolor no duele, que las afrentas no tienen consecuencias, que los errores y/o las transgresiones pueden ser ignorados o pasados por alto en nombre de un perdón al que no se le permite sentir el peso de la humanidad es una ilusión que nos puede costar muy caro. Para que nuestro perdón no sea sospechoso debemos permitirnos sentir, llorar y morir. La buena noticia es que nuestro Dios nos enseñó cómo hacerlo dándonos ejemplo con su muerte; de Su mano podremos experimentar la resurrección que conlleva el perdón verdadero. Sólo entonces podremos “recordar sin dolor”.


Cristina Umaña Sullivan es socióloga cultural que se ha dedicado a la evangelización por más de 10 años con especialidad en Teología del Cuerpo y creación de identidad desde la perspectiva cristiana. Envíele un correo electrónico a fitnessemotional@gmail.com.