| By Cristina Sullivan

100 años celebrando que Cristo es Rey

Este Año Santo no sólo celebramos el Jubileo, sino que también conmemoramos el centenario de la fiesta de Cristo Rey. Esta solemnidad fue establecida después de la Primera Guerra Mundial, cuando se estaba esparciendo la ideología comunista en todo el mundo. 

Con ocasión del 1600 aniversario del Concilio de Nicea, celebrado en 325, el Papa Pío XI instauró esta fiesta con la encíclica “Quas Primas”. Sin embargo, el Papa Pablo VI le dio el nombre y la fecha en que la celebramos actualmente: “Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo”. La trasladó al último domingo del año litúrgico con el fin de resaltar que todo lo creado tiene su fin y su cúlmen en Jesucristo.

Esta fiesta surgió como respuesta a la secularización, al ateísmo y al comunismo que se estaban esparciendo a pasos acelerados por el mundo. Mientras las naciones presionaban a los cristianos para que restringieran sus fiestas religiosas y fueran más leales a los gobiernos, el Papa Pío XI escribió: “Porque si a Cristo, Nuestro Señor, le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, si nosotros por haber sido redimidos con su sangre estamos sujetos a su autoridad. Si en fin, esta potestad abraza toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía” (Quas Primas 34).

Pero ¿cómo funciona el reinado de Cristo? ¿Cómo se ejerce su soberanía? Jesús reina de la manera más perfecta y eficaz posible: reina en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad y en nuestros corazones.

Reinar en la inteligencia

Cristo no reina en la inteligencia simplemente debido a su alto grado de ciencia (por ser Dios), sino porque él es la verdad misma. Meditemos por un minuto: ¿cómo están actuando las inteligencias que gobiernan las naciones? ¿Cuáles son las consecuencias de sus decisiones? La guerra, el hambre, las injusticias sociales, el nivel exacerbado de violencia, las desigualdades, la miseria: todo esto señala que no se están tomando buenas decisiones para los pueblos; es una muestra de que no se está dejando que Cristo reine en la inteligencia de nuestros mandatarios y gobernantes. Todo lo contrario, pareciera que fueran alérgicos a la Verdad misma, que termina siendo Cristo.

Reinar en la voluntad

Además de que en Cristo está sometida de manera perfecta la Divina Voluntad, reina en la nuestra porque nunca ha dejado de influir en nosotros inspirándonos a llevar a cabo los más nobles propósitos. ¿Cómo se está haciendo uso de la libre voluntad a nivel general? El incremento de los atentados, las masacres, los divorcios, el número diario de abortos, incluso ver a menores de edad cometiendo crímenes atroces, las adicciones y el tráfico ilegal de sustancias e incluso de seres humanos. Estos son signos visibles de que no estamos dejando a Cristo ser el rey de nuestra voluntad ni nos comportamos según la voluntad del Padre tal y como él lo hizo.

Reinar en los corazones

La manera en que Cristo reina en los corazones es por medio de su mansedumbre, su excelsa caridad y su bondad. Es así como se hace amar por las almas como nadie ha sido amado nunca. Sin embargo, cuando el alma se niega a amar a Cristo, ¿qué sucede? Es importante meditar en lo siguiente: ¿Qué está pasando en mi corazón? ¿Qué significa para mí cumplir el primer mandamiento? ¿Cómo estoy amando a mi cónyuge? ¿Cómo amo a mi familia, a mis amigos? ¿Soy capaz de amar a mis enemigos? Los apegos desordenados, las infidelidades, la apostasía, todo esto es signo de que no nos interesa amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos.

Cuando Cristo reina en nuestros corazones, todos los afectos se ordenan, todo empieza a tener sentido, la vida vuelve a estructurarse y encaja como debe ser. Se acaban las mentiras, los abusos, las peleas, los conflictos, las infidelidades. Recordemos que las personas que nos rodean no pueden salvarnos; sólo Dios puede hacerlo. Luchemos contra las idolatrías y apegos desordenados que podamos tener en nuestros corazones. ¡Qué importante es que Cristo reine en nuestro interior para que podamos amar, amar mucho y amar bien!

Un aspecto clave es que si dejamos a Cristo ser Rey de nuestro mundo, lejos de rivalizar con nuestras empresas humanas, nos enseñará a llevarlas a plenitud de manera perfecta. Lejos de arruinar nuestros planes, Cristo nos sorprenderá con los resultados que desea que nosotros alcancemos, porque su reino no se opone a nosotros; se opone a Satanás y a la potestad de las tinieblas. Por eso nos exige que nos desapeguemos de las riquezas y tentaciones terrenales, que tengamos hambre y sed de justicia y que nos neguemos a nosotros mismos tomando nuestra cruz. La siguiente es una promesa para que nos animemos a construir el Reino de Cristo aquí en la tierra: “Si los seres humanos, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia” (Quas Primas 17).

Además, esta fiesta es celebrada por muchos protestantes como los anglicanos, metodistas, luteranos, presbiterianos; así de importante es esta solemnidad.

Ojalá podamos celebrar el centenario de esta solemnidad con conciencias confesadas y corazones convertidos: que podamos hacer una comunión santa, agradable y digna del Rey del Universo. Si no es posible hacer una comunión sacramental, que nuestros corazones estén listos para recibir espiritualmente a nuestro rey. Que seamos templos vivos y santos en donde Cristo pueda gobernar cabal y perfectamente, como el gran y mejor de los reyes.

Que viva Cristo Rey, pero que viva en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, en nuestro corazón: en todo nuestro ser. Es la oportunidad perfecta para preguntarnos si existen otras autoridades que nos gobiernen internamente, si estamos cayendo en idolatrías, apegos desordenados y vicios. Permitamos que Cristo rija nuestra vida, que sea la única autoridad moral, el único rey y la única verdad que sigamos.