| Por El Dr. Mike Martocchio

Parte 6: La Eucaristía es el sacramento de la corresponsabilidad

A lo largo de los últimos meses hemos dedicado tiempo a reflexionar sobre la Eucaristía y su significado, especialmente como comida sacrificial y entrega completa del propio Cristo. Quiero que reflexionemos ahora sobre nuestra respuesta a ese don, y una forma de pensar en ello es con la idea de la corresponsabilidad.

En los círculos católicos, cuando oímos la palabra “corresponsabilidad” pensamos inmediatamente en el dinero. Y por mucho que nuestros directores de corresponsabilidad parroquial nos recuerden continuamente que el concepto consiste en lo que hacemos con nuestro tiempo, talento y tesoro, la idea siempre parece persistir en la parte del “tesoro”. Así pues, pensar en la corresponsabilidad de forma eucarística nos lleva al corazón de lo que realmente significa. Después de todo, la corresponsabilidad consiste en servir a Dios con todo lo que se nos ha dado, ya sea físico o espiritual. Si esto es cierto, entonces el sentido más amplio del término corresponsabilidad se centra en vivir nuestra llamada bautismal, la cual se profundiza y fortalece en la Confirmación, para estar en misión al servicio del reino de Dios. La corresponsabilidad, por tanto, no consiste simplemente en brindar dones, sino en ser un don.

La Eucaristía nos lleva al núcleo de nuestra fe el anuncio de la salvación en Cristo que llamamos el kerigma, una palabra griega que significa “proclamación”. Se centra en la doble entrega completa de Cristo: asumiendo nuestra humanidad en la encarnación y entregándose como sacrificio en la cruz. La Eucaristía hace que la entrega de Cristo se nos haga real y verdaderamente presente.

Su entrega es algo que hay que recibir con gratitud, pero, al recibirla, es también una llamada y un ejemplo que hay que imitar.

La conexión entre la encarnación y el sacrificio de Cristo es importante para esclarecer este punto. El sacrificio de Cristo es salvador para nosotros porque ha asumido nuestra humanidad. Su entrega incluye una ofrenda de nuestra humanidad. Pero, por ello, su entrega es participativa. Nos invita a unirnos a su entrega y nos muestra que esta entrega de sí mismo es el sentido más verdadero de lo que significa ser humano.

No me canso de decirlo: la Eucaristía es transformadora. En definitiva, la gracia de la Eucaristía puede transformarnos en lo que recibimos, el Cuerpo de Cristo, un don ofrecido y recibido por Dios. Esta característica unificadora es la razón por la que llamamos a la Eucaristía comunión. Esta comunión es el intercambio mutuo de dones, iniciado por Cristo y correspondido por nosotros. Esto, por cierto, es en última instancia una participación en la vida divina, la entrega completa y mutua que es la Trinidad.

¿Qué tiene que ver esto con la corresponsabilidad? La corresponsabilidad consiste en poner atención a lo que Dios nos ha dado. La lógica del sacrificio que subyace en la Eucaristía apunta al hecho de que todo lo que ofrecemos a Dios nos fue dado primero por Dios. Además, el acto de entrega reconoce que todo lo que tenemos, incluidos nosotros mismos, le pertenece. Cualquier gesto exterior de tributo es un signo de la entrega interior más profunda y completa de uno mismo. Así nos damos cuenta de que realmente estamos llamados a darlo todo a Dios y a su servicio, especialmente y de forma intencionada a entregarnos.

Lo que quiero decir no es que todos tengamos que despojarnos completamente de las posesiones mundanas, aunque ciertamente algunos están llamados a esa vocación de testimonio. Más bien, la cuestión es que una parte esencial de nuestra espiritualidad como católicos es comprender que todo lo que somos y tenemos debe servirle a él y a su reino. Nuestras posesiones personales están destinadas a servir al reino de Dios porque siempre estamos destinados a servir al reino de Dios.

Vivir la virtud de la corresponsabilidad comienza con la visión que tenemos de nosotros mismos y de todo lo que se nos ha dado. Desde este punto de vista, la corresponsabilidad no es una cuestión de cantidad sino más bien de calidad. La corresponsabilidad no se refiere realmente a la cantidad de dinero que damos, sino a cómo vivimos nuestra vocación de ser dones para Dios y para los demás, una vocación que se nos ha dado en la Eucaristía.

Al fin y al cabo, la Eucaristía nos muestra que la naturaleza encuentra su vocación más elevada cuando se transforma en don. En respuesta a los dones que hemos recibido, incluida la presencia eucarística de Cristo y nuestra propia existencia, sólo nos damos cuenta realmente de nuestra vocación superior cuando nos entregamos.


El doctor Michael Martocchio es el secretario de evangelización y director de la oficina de Catequesis e Iniciación Cristiana. Escríbele un correo electrónico a mmartocchio@charlestondiocese.org.

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