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 | Por Cristina Sullivan

Familia ideal o familia real: Abrazar la realidad y vivir para Dios

En la Misa en que se celebró mi matrimonio, el sacerdote, padre Astolfo Moreno, dijo lo siguiente: “No existe un modelo único de familia, cada pareja vive una experiencia irrepetible en su vocación, en su camino de santidad. Pretender seguir un guión de cómo debe ser la familia perfecta es, además de una mera ilusión infantil, un peligro. Ninguna familia es perfecta, y tampoco ninguna familia es una total perdición. Cada hogar tiene un llamado único e irrepetible para ser testigos del amor de Dios, el cual no se ha visto ni se volverá a ver en ningún otro lugar ni momento de la historia”.

Muchas familias piadosas pretenden repetir la vida de la Sagrada Familia de Nazaret, y caen en la trampa de exigir a sus parejas e hijos ser quienes no son: “Mi esposo debe ser como San José”, “Mis hijos deben ser iguales a Jesús”, “Mi mamá tiene que ser la segunda versión de la Virgen María”. Si Dios hubiera querido que todas las familias fueran una copia exacta de la Sagrada Familia, entonces ¿por qué nos hizo distintos? ¿por qué permitió que nuestra historia personal fuera tan diferente a la que ellos vivieron? 

La mejor forma de ser un testimonio cristiano como familia es abrazando nuestra realidad y siendo honestos con nosotros mismos, sin maquillajes, pretensiones ni ideales inalcanzables. ¿Padecemos nosotros o algún miembro de nuestra familia alguna adicción, problema mental o enfermedad? ¿Alguien escogió pertenecer a una iglesia o fe diferente o tomó alguna decisión que, a nuestros ojos, es equivocada e incluso fuente de perdición? 

Lejos de perder la calma, la esperanza e incluso la fe porque este problema no estaba en nuestro “plan original de familia perfecta”, abracemos la realidad y vivamos esta situación de cara a Dios, no de cara las expectativas sociales o demandas de otras personas, por bien-intencionadas que puedan ser. Recordemos que al único que tenemos que dar cuenta de nuestras decisiones es a Dios y, a veces, lo que nos pide es que ejercitemos nuestra confianza en él con paciencia y en silencio. 

Lo anterior también es una llamada a abstenernos de exigir a nadie que viva la fe o tenga una experiencia de familia según nuestras expectativas. Dios sabe mejor que nosotros qué le pide a cada ser humano, cómo lo pide y en qué momento. Algunos de nosotros tenemos familias con asuntos o problemas muy serios. Siempre podemos confiar esos miembros de la familia y esos matrimonios a la Sagrada Familia y pedir su guía y fortaleza.

En este mes en que conmemoramos a la Sagrada Familia, meditemos en la manera en que estamos construyendo nuestros hogares: ¿estamos exigiendo ideales inalcanzables o estamos abiertos, con misericordia y compasión, a las necesidades reales de quienes conforman nuestra familia?